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  • 22 oct
  • 1 Min. de lectura

El descanso productivo agota más que el trabajo. El psicoanálisis propone la pausa subversiva: detenerse sin justificación económica.


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La pausa subversiva.


Nuestra época convirtió el descanso en combustible: dormimos para producir, vacacionamos para rendir mejor. El domingo existe para que el lunes sea tolerable. Esta lógica perversa transformó incluso el ocio en productividad diferida. Paradójicamente, mientras más descansamos "eficientemente", más agotados estamos.


El psicoanálisis propone algo radical: la pausa sin propósito productivo. No el descanso que restaura la máquina laboral, sino la suspensión que interroga el automatismo. “¿Para qué hago lo que hago?” desarma la cadena compulsiva del hacer sin pensar. Esa pregunta abre grietas en el discurso capitalista que nos habita.


La clínica contemporánea recibe sujetos exhaustos por rendir, no por vivir. El síntoma moderno no es ya la neurosis clásica, sino el vaciamiento del deseo bajo toneladas de eficiencia. Solo del pensamiento auténtico surge un propósito genuino. La pausa analítica es subversiva: detenerse para escuchar lo que el ruido productivo silencia.


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  • 22 oct
  • 1 Min. de lectura

La revolución más silenciosa: encontrar alguien que escuche tu locura sin intentar curarla inmediatamente.


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El oído que cura. La esperanza no llega empaquetada en promesas de curación, sino en la experiencia radical de ser escuchado sin condiciones. En una época donde cada dolor busca su pastilla y cada conflicto su solución instantánea, encontrar un oído que no juzga ni apresura constituye un acto revolucionario. La escucha analítica rechaza la tiranía del "ya supéralo" y sostiene que todo sufrimiento merece ser habitado, no eliminado.


El síntoma que molesta al paciente es precisamente lo que más necesita ser escuchado. Mientras la cultura contemporánea nos enseña a silenciar nuestras contradicciones, el psicoanálisis las invita a hablar. Lo que parece obstáculo se revela como camino: la resistencia contiene la clave, el tropiezo señala la dirección. El malestar no es enemigo a vencer sino mensaje cifrado esperando ser descifrado.


El analizante descubre algo perturbador: cuando alguien escucha verdaderamente, ya no puede fingir que sus conflictos son insignificantes. La escucha auténtica obliga al reconocimiento, y el reconocimiento es el primer paso hacia una transformación que nadie puede predecir ni controlar.


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  • 27 sept
  • 1 Min. de lectura

La víctima eterna le entrega su libertad a quien la lastimó. El psicoanálisis abre el camino para recuperar la autoría de la propia historia.


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Del victimismo a la agencia. La víctima perpetua se alimenta de su propia desgracia como un adicto a su droga. Encuentra en el relato del daño una identidad sólida, un lugar reconocible en el mundo. La queja se vuelve hogar, el sufrimiento una profesión. Pero este refugio en la victimización es también una prisión: mantiene al sujeto encadenado a quienes lo lastimaron, otorgándoles un poder eterno sobre su destino.


Sin embargo, quien más ama su herida es quien más teme curarla. La agencia implica soltar la cómoda certeza del "me hicieron" para asumir la incómoda responsabilidad del "yo hago". Abandonar el guión heredado significa escribir uno propio, con toda la angustia que conlleva la libertad. El paso de víctima a agente no es liberación: es asumir la carga de la propia existencia.


La experiencia analítica revela que narrarse con palabras propias no borra el daño, pero sí destrona a quienes lo infligieron. El analizante descubre que puede hacer algo nuevo con lo que le fue hecho, transformando el peso muerto del pasado en material vivo para construir un futuro propio.

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