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    Psicotepec
  • 25 oct
  • 1 Min. de lectura

La verdadera hospitalidad no ocurre cuando abrimos nuestra puerta al extraño, sino cuando permitimos que su extrañeza abra puertas desconocidas dentro de nosotros.


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Cuando el otro nos habita.


La verdadera hospitalidad es un arte que va más allá de un mero acto de bienvenida; encarna una comprensión más profunda de la vulnerabilidad y de las complejidades que acompañan la presencia del extranjero. Como lo articula Derrida, la hospitalidad auténtica requiere una apertura hacia lo desconocido y un reconocimiento de las incertidumbres que surgen al encontrarse con alguien diferente a uno mismo (Derrida, 2000, p. 129). Nos desafía a confrontar nuestros prejuicios y el posible malestar que puede acompañar el acto de recibir a otro en nuestras vidas.


Por lo tanto, la hospitalidad no se trata únicamente de ofrecer un espacio o una comida; se trata de cultivar una relación que respete la individualidad y la identidad del extranjero. Esta hospitalidad nos invita a derribar barreras de familiaridad y normalidad, abrazando en cambio una humanidad compartida que reconoce las experiencias y perspectivas únicas del extranjero. Nos obliga a considerar cómo nuestras propias identidades se enriquecen a través de este compromiso con los demás.


En última instancia, la hospitalidad genuina transforma tanto al anfitrión como al invitado, al fomentar el diálogo y la comprensión. Este encuentro puede llevar al crecimiento personal y a una memoria cultural ampliada, enriqueciendo nuestro sentido de comunidad y conexión. Así, la verdadera hospitalidad no es solo una bienvenida, sino un acto profundo de compromiso que honra las complejidades de las relaciones humanas y las valiosas lecciones que estas encierran.


Referencias:


Derrida, J. (2000). Of hospitality. Stanford University Press.


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  • 25 oct
  • 1 Min. de lectura

Nos enfermamos de exceso de nosotros mismos. La identidad absoluta es alergia: somos intolerantes a lo propio.


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La patología de la identidad absoluta.


La enfermedad contemporánea no se contagia por contacto sino por aislamiento. El TDAH, la depresión y los trastornos límite emergen cuando el sujeto queda encerrado en la cámara de resonancia de su propia subjetividad. Nos enfermamos de exceso de nosotros mismos, de una identidad que se ha vuelto prisión domiciliaria.


El paradigma inmunológico presuponía enemigos externos que debían ser repelidos. Pero cuando la amenaza es la propia mismidad, el sistema inmunológico colapsa por desuso. Sin otredad contra la cual reaccionar, el organismo se ataca compulsivamente a sí mismo: la hiperidentidad produce autoinmunidad psíquica, el yo rechaza todo lo que no reconoce como familiar, hasta rechazarse definitivamente.


El malestar contemporáneo nace de la imposibilidad de ser sorprendido por uno mismo. Vivimos subjetividades clausuradas que han perdido la capacidad de alteridad genuina. La condición humana actual es fundamentalmente alérgica: somos intolerantes a nosotros mismos, incapaces de metabolizar la diferencia que nos constituye.


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  • 25 oct
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Nos enfermamos de exceso de nosotros mismos. Sin enemigos externos, el alma se declara la guerra.


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El virus interior.


Las nuevas epidemias no necesitan hospedadores externos: nacen en el laboratorio de la conciencia contemporánea. La depresión, el TDAH y los trastornos límite revelan una patología inédita: la imposibilidad de habitar la propia existencia. Nos enfermamos de nosotros mismos porque hemos perdido la capacidad de ser extraños a nuestra propia identidad. El virus más letal es la mismidad compulsiva.


El paradigma inmunológico clásico presumía amenazas externas contra las cuales blindarse. Pero estas patologías revelan una paradoja perversa: cuando no hay enemigo exterior, el sistema inmunológico se vuelve contra sí mismo. La hiperidentidad produce autoinmunidad psíquica: rechazamos compulsivamente todo lo ajeno hasta rechazarnos definitivamente. Sin alteridad que procesar, la subjetividad colapsa por indigestión narcisista.


La condición humana contemporánea es fundamentalmente alérgica: somos intolerantes a la diferencia que nos constituye. Vivimos en la época de las subjetividades obesamente narcisistas, incapaces de metabolizar lo otro. El sufrimiento actual no nace de la represión sino de la expresión ilimitada de un yo que no encuentra límites externos donde reconocerse.


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