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    Psicotepec
  • 5 sept
  • 1 Min. de lectura

El dolor crónico no busca curación sino escucha. ¿Cuándo aprenderemos su idioma secreto?


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Dolor que habla.


El dolor crónico es el idiota savant del cuerpo: mudo ante la medicina, elocuente para el inconsciente. Mientras los protocolos clínicos buscan silenciarlo con fármacos y técnicas, él insiste tercamente en su mensaje cifrado. No es rebeldía orgánica sino escritura en la carne: aquello que del encuentro primordial con el Otro quedó marcado como letra indeleble. Donde esperamos encontrar pura disfunción, descubrimos significante.


Paradójicamente, quienes más sufren son quienes más necesitan su dolor. Como el desamparado que abraza sus harapos, el "enfermo crónico" se identifica con su síntoma hasta volverlo identidad. El dolor funciona entonces como pasaporte ante el Otro: "Reconóceme porque sufro, cuídame porque estoy roto, exímeme porque duelo". La curación amenaza con dejarlo huérfano de reconocimiento. ¿Quién sería sin su dolor distintivo?


La clínica contemporánea no apunta a eliminar el dolor sino a transformarlo en sinthome. No se trata de curar sino de permitir que el sujeto habite su síntoma sin someterse a él, asumiendo su singularidad dolorosa como aquello que lo ancla en el mundo sin determinar completamente su deseo.


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  • 5 sept
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Actualizado: 5 sept

¿Eres esclavo de tu síntoma o artista de tu sinthome? La diferencia es radical: sufrimiento vs creación.


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Síntoma o sinthome. El síntoma es el niño malcriado del inconsciente: grita, demanda atención, promete revelaciones si lo mimamos lo suficiente. Llegamos a análisis creyendo que el síntoma es nuestro enemigo a eliminar, sin sospechar que puede transformarse en nuestro más íntimo compañero. La diferencia entre sufrir el síntoma y habitar el sinthome marca la frontera entre la queja neurótica y la asunción del deseo.


Identificarse al síntoma es vivir como su rehén: "Soy depresivo, soy ansioso, soy adicto". El sujeto se reduce a su padecimiento, convirtiendo la falla en identidad total. Paradójicamente, el sinthome opera de manera opuesta: no somos nuestro síntoma, sino que lo incluimos como parte de nuestra singularidad irreductible. Es la diferencia entre ser poseído por el demonio y domesticarlo para que trabaje a nuestro favor.


La clínica contemporánea no busca la eliminación del síntoma sino su transformación en sinthome. El analizante aprende a tomar distancia de aquello que lo determina, para poder elegir cómo relacionarse con ello. No se trata de curar sino de crear: hacer del síntoma una obra de arte personal que sostenga el deseo sin aplastarlo.


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  • 22 ago
  • 1 Min. de lectura

El trabajo ya no sublima: reproduce. La oficina moderna es el nuevo diván donde se despliegan los síntomas del siglo XXI.

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Del sentido al síntoma.

El trabajo prometía ser el escenario donde el sujeto se realizaría, donde la pulsión encontraría cauce civilizatorio. Hoy, las oficinas se han convertido en consultorios involuntarios donde cada empleado exhibe su propia galería de síntomas. La sublimación cedió terreno a la repetición compulsiva. Donde antes había creación, ahora hay automatización del malestar.

La paradoja es reveladora: mientras más se tecnifican los procesos laborales, más arcaicos se vuelven los sufrimientos psíquicos. El burnout no es sino la versión contemporánea de la melancolía, pero despojada de su dimensión poética. El trabajo alienado produce sujetos alienados de sí mismos, atrapados en la ilusión de productividad mientras se consumen internamente.

La clínica contemporánea recibe pacientes que hablan del trabajo como de una relación tóxica de la cual no pueden escapar. El síntoma laboral se ha vuelto el nuevo síntoma histérico: expresión de un malestar que no encuentra palabras, solo actos fallidos disfrazados de eficiencia.

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