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    Psicotepec
  • 19 ago
  • 1 Min. de lectura

Drogamos la tristeza en lugar de cambiar las condiciones que la producen. Euforia química: confesión de vidas vacías.

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Combustible festivo.

La euforia se industrializó. Donde antes había motivos reales para celebrar, ahora fabricamos químicamente los estados que las circunstancias niegan. Cocaína, éxtasis y estimulantes construyen artificialmente las emociones que deberían emerger de acontecimientos verdaderos: logros compartidos, encuentros amorosos, triunfos colectivos. Como actores que necesitan drogas para interpretar personajes felices, consumimos sustancias que simulan lo que nuestras vidas concretas no proporcionan.


Esta demanda eufórica revela la pobreza celebratoria contemporánea. Paradójicamente, cuantos más objetos de satisfacción acumulamos, menos motivos auténticos encontramos para la alegría genuina. El mercado vende directamente los estados emocionales desconectados de sus causas naturales, transformando sentimientos en mercancías. Las fiestas contemporáneas son laboratorios donde se experimenta con humores artificiales, confirmando precisamente la ausencia de aquello que merecería ser celebrado.


La clínica contemporánea recibe sujetos exhaustos de fingir celebraciones que nunca sintieron. Cada adicción a drogas festivas testimonia vidas que no generan motivos reales de gozo. El verdadero trabajo terapéutico no consiste en eliminar sustancias sino en interrogar qué condiciones existenciales requieren alteración química para ser soportadas.


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  • 26 jul
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 19 ago

El adicto busca certeza, no placer. Convierte la química en oráculo: "Si consumo, me calmaré". La paradoja: controlar produce descontrol total.


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El refugio químico.


La incertidumbre humana es insoportable. Mientras esperamos respuestas que nunca llegan, construimos altares a la previsibilidad. El adicto no busca placer: busca certeza. En un mundo donde los otros responden según sus propios laberintos internos, la sustancia promete una ecuación simple: consumo igual a efecto. La paradoja es cruel: quien más necesita control se entrega al descontrol más absoluto.


El psicoanálisis revela que la adicción funciona como una relación objetal primitiva, donde la sustancia ocupa el lugar del objeto primordial que debería haber respondido de manera predecible. La dependencia química reproduce la fantasía infantil de omnipotencia: "Si hago X, obtendré Y". Sin embargo, esta ecuación falsa genera la paradoja más devastadora: el intento de controlar produce la pérdida total de control.


La clínica contemporánea encuentra sujetos que han reemplazado la angustia del encuentro con el otro por la falsa seguridad del ritual adictivo. El analista debe trabajar con esta soledad radical, ayudando al analizante a tolerar la impredecibilidad del deseo humano. La cura implica aceptar que los otros no son máquinas expendedoras de respuestas programadas.


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  • 20 jul
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 21 jul

El placer nunca habita el objeto sino el teatro que lo envuelve: madres que nutren versus madres que dramatizan la diferencia crucial.


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El placer no está en la leche: Reflexión sobre la escena primordial.


La pregunta de Levin "¿el placer sensorio motor está en la leche o en la escena?" desmantela una ilusión fundamental de nuestra época. Creemos que el placer infantil reside en la satisfacción inmediata, en el objeto que calma, en la función que se cumple. Observamos al bebé succionando y pensamos: allí está la fuente del bienestar, en ese encuentro directo entre boca y pecho, entre necesidad y saciedad. Esta creencia sostiene toda una industria del desarrollo que busca optimizar funciones, estimular respuestas, perfeccionar los mecanismos del placer sensorial.


Pero aquí surge la paradoja: mientras más nos enfocamos en la leche, más se nos escapa el placer real. El niño que recibe la mejor nutrición puede quedar vacío; el que tiene acceso a todos los estímulos sensoriales puede permanecer hambriento. La escena se desvanece cuando la reducimos a sus componentes técnicos. El placer no es suma de estímulos sino drama que se despliega entre cuerpos que se miran, voces que acunan, gestos que interpretan cada movimiento como si fuera un mensaje dirigido especialmente a quien lo recibe.


El marco psicoanalítico nos enseña que el placer primordial es siempre escénico porque es fundamentalmente relacional. No existe placer en sí mismo, aislado de la trama de sentidos que lo envuelve. La madre que amamanta no solo ofrece leche; monta un teatro donde cada gesto del bebé es leído como intención, cada movimiento se transforma en diálogo. El placer surge de esa interpretación, de esa construcción de sentido que transforma el reflejo anónimo en gesto cargado de historia. Sin esta escenificación, la alimentación permanece en el registro de la función biológica, eficaz pero vacía.


El desarrollo psíquico del niño depende crucialmente de esta teatralización primordial. Cuando el Otro materno inviste libidinalmente cada acto del bebé, cuando lo mira con fascinación y le habla como si comprendiera sus intenciones, está construyendo el escenario donde nacerá el sujeto. La escena no es decorado del placer; es su condición de posibilidad. Por eso un niño puede tener todas sus necesidades cubiertas y aún así mostrar signos de sufrimiento psíquico: recibió la leche pero no accedió a la escena que la vuelve significante. El placer sensorio-motor se inscribe como huella psíquica solo cuando se articula a una representación, cuando se anuda al campo del deseo del Otro.


La clínica actual nos confronta cada vez más con niños que recibieron funciones perfectas pero escenas empobrecidas. Padres que optimizan la nutrición, la estimulación, el desarrollo motor,

pero que no logran sostener el teatro donde el niño puede reconocerse como sujeto deseante. La experiencia analítica revela que estos pequeños buscan desesperadamente una escena donde inscribir su placer, donde sus actos adquieran la dignidad de gestos dirigidos a un Otro que los reciba como mensajes de un sujeto en construcción.


Referencias


Levin, E. (2008). La imagen corporal sin cuerpo: angustia, motricidad e infancia. Revista Intercontinental de Psicología y Educación, 10(1), 91-112. Universidad Intercontinental.


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