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    Psicotepec
  • 20 jul
  • 2 Min. de lectura

Aulas inteligentes producen estudiantes tontos: aprenden respuestas correctas pero pierden la capacidad de preguntar genuinamente.


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Pedagogía de la presencia: Rescatar el sujeto en el aula digital.


Los educadores de hoy han sido convertidos en operadores de máquinas que piensan por ellos. Plataformas educativas dictan qué enseñar, cuándo evaluarlo y cómo medir el aprendizaje, reduciendo la enseñanza a la administración eficiente de contenidos prediseñados. El maestro ya no puede improvisar, sorprender o dejarse sorprender por sus estudiantes. Cada momento está programado, cada respuesta anticipada, cada desviación corregida hacia los objetivos curriculares. La educación se ha vuelto una operación quirúrgica donde se extirpa sistemáticamente todo lo que hace humano al encuentro entre quien enseña y quien aprende.


La paradoja resulta demoledora: mientras más herramientas "educativas" se introducen en el aula, menos educación real ocurre. Los estudiantes aprenden a responder correctamente sin pensar, a procesar información sin comprenderla, a funcionar como terminales exitosas de un sistema que confunde datos con conocimiento. El aula inteligente produce estudiantes tontos: capaces de googlear cualquier información pero incapaces de formular una pregunta genuina, eficientes para completar ejercicios pero inermes ante problemas reales que requieren creatividad e intuición.


El marco psicoanalítico nos enseña que el aprendizaje genuino ocurre solo cuando se establece una transferencia, una relación libidinal entre quien enseña y quien aprende. El conocimiento no se transmite; se contagia a través del deseo del maestro por su materia y por sus estudiantes. Un niño aprende matemáticas no porque la aplicación se lo enseñe eficientemente, sino porque su maestra ama los números y esa pasión resulta irresistible. La presencia del educador no es decorativa; es la condición misma del aprendizaje, el campo donde puede emerger el deseo de saber.

La tecnología educativa opera en dirección exactamente opuesta: busca eliminar la variabilidad humana que considera ineficiente. Un algoritmo no puede enamorarse de una idea ni contagiar entusiasmo por el descubrimiento. No puede detectar el momento preciso en que un estudiante está listo para dar un salto conceptual, ni improvisar el ejemplo perfecto que hará brillar una comprensión. Los dispositivos educan en la superficie pero no pueden tocar la dimensión del deseo donde realmente se ancla todo aprendizaje significativo.


La clínica actual nos confronta con niños que han aprendido mucho pero no saben nada, que procesan datos sin formar criterio, que responden preguntas sin saber formulárselas. El analista descubre que estos pequeños buscan desesperadamente a alguien que pueda ver su singularidad más allá de su rendimiento académico, que pueda sostener una conversación real donde emerge lo impredecible. Cuando un educador recupera su capacidad de presencia auténtica, cuando se atreve a apartarse del guión digital para seguir la curiosidad genuina de un estudiante, está rescatando la posibilidad misma de que un sujeto se constituya a través del conocimiento.


Referencias


Levin, E. (2008). La imagen corporal sin cuerpo: angustia, motricidad e infancia. Revista Intercontinental de Psicología y Educación, 10(1), 91-112. Universidad Intercontinental.


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  • 20 jul
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Manos que dominan pantallas táctiles no logran atar cordones: la paradoja de una generación contactless.


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El cuerpo que no se toca: Generación contactless.


Una generación entera está aprendiendo a vivir sin tocar. Los niños de hoy navegan el mundo a través de superficies lisas que responden al roce más sutil, pero han perdido el contacto con texturas rugosas, temperaturas variables, resistencias reales. Sus dedos conocen la sensibilidad exacta requerida para activar una pantalla táctil, pero desconocen la fuerza necesaria para trepar un árbol o la delicadeza para acariciar un animal. El tacto se ha digitalizado: preciso para lo virtual, torpe para lo real.


Aquí emerge la paradoja central de nuestra época: mientras más conectados digitalmente están los niños, más desconectados corporalmente se vuelven. Pueden tocar simultáneamente con amigos de otros continentes pero no logran sostener el contacto físico con quienes tienen al lado. El abrazo les resulta extraño, la cercanía corporal los inquieta, el contacto piel a piel los sobrestimula. Han desarrollado una hipersensibilidad táctil para lo digital y una hiposensibilidad para lo humano.


El marco psicoanalítico nos enseña que el tacto es el sentido fundante de la experiencia corporal. A través del contacto epidérmico el bebé construye los límites de su cuerpo, aprende dónde termina él y comienza el mundo. La piel es el primer territorio donde se inscribe la diferencia entre el yo y el otro, el espacio donde el placer y el displacer adquieren coordenadas precisas. Sin experiencias táctiles ricas y variadas, el esquema corporal permanece difuso, incierto.


La cultura contactless está produciendo cuerpos que no saben habitarse. Niños que pueden manipular objetos virtuales con destreza asombrosa pero que luchan para usar cubiertos, atar cordones o abrocharse botones. Sus manos han perdido la memoria ancestral del trabajo, del juego manual, de la resistencia que ofrece la materia real. El tacto se ha empobrecido hasta volverse binario: hay contacto o no lo hay, funciona o no funciona, como si el mundo fuera una gran pantalla táctil.


La clínica actual revela niños con cuerpos anestesiados que buscan sensaciones cada vez más intensas para sentirse vivos. El analista descubre que estos pequeños han perdido la capacidad de registrar matices táctiles, de disfrutar contactos sutiles, de calmarse a través del tacto. Necesitan recuperar la educación sensorial que la digitalización les confiscó: aprender nuevamente que el cuerpo es un territorio de infinitas sensaciones posibles, no una herramienta optimizada para activar dispositivos.


Referencias


Levin, E. (2008). La imagen corporal sin cuerpo: angustia, motricidad e infancia. Revista Intercontinental de Psicología y Educación, 10(1), 91-112. Universidad Intercontinental.


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Niños con síntomas que no figuran en manuales: padecen déficit de sentido, no déficit atencional.


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Los nuevos síntomas: Más allá del TDAH.


Los manuales diagnósticos no han logrado nombrar lo que está ocurriendo. Niños que presentan síntomas inéditos llegan a consulta con quejas que escapan a las categorías establecidas. No son hiperactivos ni distraídos en el sentido clásico; son hiperpresentes digitalmente pero ausentes corporalmente. Sufren de "síndrome de presencia fantasma": sienten vibrar teléfonos que no suenan, experimentan ansiedad cuando no reciben notificaciones, desarrollan depresión por ausencia de likes. Sus síntomas no califican para ningún DSM porque fueron diseñados por una realidad que el manual nunca anticipó.


La paradoja resulta desconcertante: mientras más precisos se vuelven nuestros instrumentos diagnósticos, más se nos escapan los malestares reales de los niños contemporáneos. El TDAH funciona como un cajón de sastre donde depositamos toda inquietud infantil que no logramos comprender. Un niño que no puede concentrarse en la escuela pero mantiene atención sostenida durante horas frente a videojuegos no padece déficit atencional; padece déficit de sentido. Su síntoma habla de una selectividad atencional que busca desesperadamente algo que valga la pena ser vivido.


El marco psicoanalítico nos enseña que todo síntoma es una formación del inconsciente que intenta comunicar algo sobre el sujeto y su relación con el mundo. Los nuevos síntomas infantiles no expresan disfunciones neurológicas sino intentos creativos de adaptación a una realidad que no ofrece espacios genuinos para la subjetivación. El niño que no puede dejar de moverse no padece hiperactividad; está buscando através del movimiento incesante la sensación de estar vivo que la cultura digital le niega.


La nomenclatura actual describe comportamientos pero ignora significados. "Trastorno explosivo intermitente" no explica por qué un niño estalla justamente cuando debe desconectarse de sus dispositivos. "Ansiedad de separación" no da cuenta de la angustia específica que emerge cuando se interrumpe la conexión digital. Necesitamos una nosografía que reconozca síntomas como "alexitimia digital" (incapacidad para identificar emociones sin emojis), "anhedonia analógica" (imposibilidad de experimentar placer en actividades no digitales), o "disritmia temporal" (desincronización con los tiempos naturales del cuerpo y la mente).


La clínica actual revela que estos nuevos síntomas no requieren medicación sino simbolización. Un niño que desarrolla "síndrome de realidad aumentada" (confusión creciente entre experiencias virtuales y reales) no necesita fármacos sino encuentros humanos auténticos que le permitan discriminar registros de experiencia. El analista descubre que cada síntoma inédito contiene un mensaje sobre las condiciones imposibles que nuestra cultura está creando para la constitución subjetiva, y que la cura pasa por escuchar lo que el síntoma intenta decirnos sobre el mundo que estamos construyendo.


Referencias


Levin, E. (2008). La imagen corporal sin cuerpo: angustia, motricidad e infancia. Revista Intercontinental de Psicología y Educación, 10(1), 91-112. Universidad Intercontinental.


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