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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 18 ene
  • 1 Min. de lectura

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La función paterna no tiene nada que ver con el padre biológico ni con los estereotipos de la paternidad tradicional. Es una operación psíquica fundamental: la introducción del 'no' que permite la vida en sociedad. Como un semáforo que nos frustra pero nos salva del caos, el padre es esa función que introduce el límite necesario, ese corte que nos arranca del goce mortífero de la completitud imaginaria.


La nostalgia contemporánea por una autoridad paterna "fuerte" revela precisamente la confusión entre el padre real y la función paterna. No necesitamos más padres autoritarios: necesitamos que opere la función del límite, esa que nos permite desear precisamente porque no todo es posible. El 'no' paterno no es una prohibición caprichosa sino la condición misma de nuestra libertad.


La paradoja es que solo podemos construir algo propio a partir de esta frustración fundamental. La ley paterna, al prohibir ciertas satisfacciones inmediatas, abre el espacio para el deseo y la creatividad. Sin este 'no' estructurante, quedaríamos atrapados en un goce sin límites que, en su exceso mismo, nos aniquilaría.


 
 
 
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    Psicotepec
  • 18 ene
  • 1 Min. de lectura

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El mercado nos quiere hacer creer que deseamos objetos, cuando en realidad lo que buscamos es la mirada del otro. No compramos cosas: compramos la forma en que imaginamos que otros nos verán al poseerlas. El último iPhone no es un teléfono: es la promesa de pertenecer a ese lugar donde otros nos desean. La trampa es perfecta porque confundimos el objeto con lo que verdaderamente buscamos: el deseo del otro.


Esta es la paradoja que el capitalismo explota magistralmente: nos vende objetos pretendiendo que son lo que deseamos, cuando en realidad lo que queremos es que otros deseen nuestro deseo. El mercado funciona como un espejo infinito donde los deseos se reflejan y se confunden, donde cada nuevo producto promete ser la llave para que otros nos miren como queremos ser mirados.


El deseo nunca es directo ni simple: siempre está triangulado por la mirada del otro. Deseamos lo que otros desean, y lo deseamos precisamente porque otros lo desean. Esta es la verdad incómoda que el marketing oculta: no hay deseo puramente individual, todo deseo es social, todo deseo es político. Somos sujetos deseantes porque somos sujetos deseados.


 
 
 
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    Psicotepec
  • 16 ene
  • 1 Min. de lectura

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La psicoterapia no es un refugio contra el malestar ni una práctica de consolación. El propósito fundamental del trabajo analítico es el cambio psíquico, una transformación que por su propia naturaleza implica dolor, incomodidad y confrontación con aspectos de nosotros mismos que preferimos mantener ocultos. La función del analista no es ofrecer consuelo, sino sostener el espacio donde esta transformación dolorosa pero necesaria pueda ocurrir.


El malentendido contemporáneo que reduce la terapia a una práctica de "contención y confort" revela más sobre nuestra aversión cultural al malestar que sobre la naturaleza real del trabajo analítico. Si bien el acompañamiento y la regulación emocional son herramientas necesarias, son medios para un fin más profundo, no el fin en sí mismo. Son andamios que permiten la construcción, no la construcción misma.


Quienes nunca han experimentado un verdadero proceso terapéutico suelen confundir el soporte necesario para el trabajo con el trabajo mismo. La verdadera transformación psíquica requiere atravesar la incomodidad, habitar la angustia, confrontar lo que preferimos evitar. El confort momentáneo puede ser necesario, pero solo como plataforma desde la cual lanzarse hacia el verdadero trabajo de cambio.


 
 
 
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