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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 19 ene
  • 1 Min. de lectura

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El inconsciente no es un depósito de contenidos reprimidos ni un espacio oscuro donde guardamos lo que no queremos ver. Es una fuerza activa que estructura nuestra experiencia, que opera constantemente en cada acto, en cada palabra, en cada sueño. Como la electricidad que recorre los circuitos de una casa, el inconsciente es invisible pero determina lo que puede encenderse, lo que puede funcionar, lo que puede manifestarse en nuestra vida psíquica.


Es esta fuerza invisible la que nos divide como sujetos: entre lo que creemos ser y lo que se manifiesta a pesar nuestro, entre lo que queremos decir y lo que se nos escapa en cada lapsus, entre nuestras intenciones conscientes y los efectos reales de nuestros actos. No es una falla a corregir sino nuestra condición más íntima: somos sujetos precisamente porque estamos divididos por esta corriente que nos atraviesa y nos excede.


El sujeto está dividido entre dominios conscientes e inconscientes creados por el significante, la ley, el lenguaje y la cultura.

Como la electricidad, el inconsciente no necesita ser "descubierto" para operar - ya está funcionando en cada momento, produciendo efectos, generando cortocircuitos, iluminando zonas inesperadas de nuestra experiencia. El análisis no busca "encontrar" el inconsciente, sino aprender a leer sus manifestaciones que ya están ahí, visibles para quien sabe mirar.


 
 
 
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 18 ene
  • 1 Min. de lectura

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El malentendido no es un accidente en la comunicación humana: es su punto de partida. Ya en ese primer llanto del bebé, antes de cualquier palabra, se instala la confusión fundamental: la madre escucha "hambre" donde quizás había angustia, "sueño" donde tal vez había soledad. No es un error de traducción: es el modo mismo en que nos volvemos humanos, atravesados por las interpretaciones del Otro.


Esta "mala lectura" original no tiene solución ni marcha atrás. Es el precio de entrada al mundo del lenguaje y la cultura. Cada interpretación materna es un acto de amor que, paradójicamente, nos aleja un poco más de esa experiencia original que intentábamos comunicar. El llanto puro se convierte en demanda, el grito en pedido, la angustia en necesidad.


La comunicación es alienante desde el comienzo de la vida. Cuando el infante llora, la madre inmediatamente interpreta el llanto en términos simbólicos.

Lo fascinante es que esta confusión necesaria es la que nos permite existir como sujetos. No hay comunicación perfecta, no hay traducción exacta de lo que queremos decir. Cada intento de hacernos entender es un nuevo malentendido, una nueva versión de esa primera vez en que alguien interpretó nuestro llanto y, al hacerlo, nos dio un lugar en el mundo.


 
 
 
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 18 ene
  • 1 Min. de lectura

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La violencia más radical no es la que se ejerce con armas, sino la que se esconde tras el ideal de pureza. Quien se imagina completo, quien fantasea con una identidad sin fisuras, necesita convertir toda diferencia en amenaza. No es la diversidad lo que genera violencia: es el pánico ante la posibilidad de que el otro nos recuerde nuestra propia incompletitud.


Ahí radica la trampa mortal de los fundamentalismos: prometen una identidad sin grietas a cambio de declarar la guerra a todo lo diferente. El otro se vuelve enemigo no por lo que hace, sino por lo que su mera existencia revela: que no hay identidad pura, que toda completitud es un espejismo. La violencia emerge como intento desesperado de eliminar aquello que amenaza la fantasía de perfección.


El verdadero desafío no es construir identidades más puras, sino aprender a habitar la diferencia. La paz no vendrá de eliminar las grietas que nos separan, sino de reconocer que esas grietas son justamente los espacios donde el encuentro con el otro se vuelve posible. La violencia no nace de la diferencia, sino del terror a diferir.


 
 
 
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