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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 20 ene
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 25 ene


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El discurso capitalista opera como un programador implacable de nuestro deseo. No se limita a vendernos objetos: nos instala la sensación de necesitarlos, de que sin ellos algo nos falta. Como un algoritmo perverso, anticipa nuestros "deseos" antes de que siquiera surjan, creando una sed perpetua que ningún objeto puede realmente saciar.


Lo que la clínica contemporánea revela es la trampa de este dispositivo: cada objeto de consumo promete una satisfacción que, al ser inalcanzable, nos empuja hacia el siguiente objeto en una cadena infinita. No es un ciclo de deseo sino de goce: esa satisfacción paradójica que, en su repetición compulsiva, produce más malestar que placer. El último iPhone no es un objeto: es un engranaje en esta maquinaria de goce.


La paradoja es que este sistema no funciona a pesar de su fracaso, sino gracias a él. Cada promesa incumplida de satisfacción nos empuja a buscar el próximo objeto, el próximo gadget, la próxima experiencia que promete ser "la definitiva". El capitalismo no vende productos: comercia con promesas de completitud que, al fracasar, alimentan su propia continuidad.


 
 
 
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  • 20 ene
  • 1 Min. de lectura

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El verdadero acto analítico comienza con un olvido necesario: el analista debe hacer a un lado todo lo que cree saber sobre el sufrimiento humano, sobre las teorías del inconsciente, sobre las técnicas terapéuticas. No porque este conocimiento no sea valioso, sino porque el saber teórico puede convertirse fácilmente en una pantalla que impide escuchar la singularidad radical de cada analizante.


La clínica actual está saturada de expertos que tienen respuestas para todo, que diagnostican y prescriben antes de escuchar realmente. El psicoanálisis propone algo radicalmente distinto: un espacio donde el no-saber del analista permite que emerja el saber inconsciente del analizante. La diferencia entre analizar y adoctrinar reside precisamente en esta capacidad de suspender nuestras certezas.


Cada vez que un analista cree saber demasiado sobre lo que le pasa a su analizante, está más cerca del adoctrinamiento que del análisis. La verdadera escucha analítica requiere ese vaciamiento continuo de las propias certezas, esa disposición a ser sorprendido por lo que el otro trae, esa capacidad de mantener viva la pregunta por lo singular de cada caso.


 
 
 
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  • 19 ene
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El psicoanálisis se distingue radicalmente de la industria contemporánea del bienestar por lo que no promete. No vende recetas mágicas para la felicidad ni fórmulas instantáneas para el éxito. Su propuesta es más modesta y, paradójicamente, más ambiciosa: la posibilidad de encontrarnos con nuestra verdad, por incómoda que esta sea. No ofrece un manual de instrucciones para la vida, sino un espacio donde las preguntas puedan desplegarse.


Esta posición contradice frontalmente el mercado actual de la autoayuda, saturado de promesas de transformación inmediata y felicidad garantizada. Mientras los "gurús" del desarrollo personal venden certezas empaquetadas y hábitos prefabricados, el psicoanálisis propone algo más inquietante: la exploración de esos rincones oscuros del alma que preferimos mantener en las sombras.


Mientras la autoayuda vende felicidad empaquetada, el psicoanálisis propone una verdad modesta: el bienestar real significa abrazar las partes que ningún manual de éxito puede arreglar.

El bienestar que puede emerger de un análisis no es el de la sonrisa perpetua ni el del optimismo forzado. Es el alivio más profundo que surge de dejar de mentirse, de poder habitar las propias contradicciones, de hacer las paces con esa parte de nosotros que no encaja en ningún manual de superación personal. Es un bienestar que incluye la incomodidad como parte necesaria de la verdad.


 
 
 
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