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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 25 ene
  • 1 Min. de lectura

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Nadie habita fuera del discurso. Desde el momento en que nacemos, somos capturados por una red de significantes que nos precede y nos constituye. El lenguaje no es una herramienta que usamos: es la materia misma de la que está hecho nuestro ser social. Incluso cuando creemos estar en silencio, estamos habitados por las palabras de otros.


La experiencia analítica nos muestra que cada síntoma, cada fantasía, cada forma de sufrimiento está tejida con los hilos del discurso social. El analizante que cree hablar solo desde su historia personal descubre, poco a poco, que sus palabras más íntimas están entrelazadas con los significantes de su época, de su clase, de su cultura. No hay subjetividad que no esté atravesada por al menos un discurso.


Lo que llamamos "yo" es, en realidad, un punto de cruce donde diversos discursos se encuentran y se anudan. Nuestra singularidad no reside en estar fuera del discurso, sino en la forma única en que cada uno habita y es habitado por estos discursos que nos constituyen. El verdadero acto analítico consiste en hacer visible esta trama invisible que nos sostiene y nos determina.


 
 
 
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  • 25 ene
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Existe una fantasía contemporánea particularmente peligrosa: la de poder mantenerse "fuera" de la política. Como si la posición neutral fuera posible, como si el silencio no fuera ya una forma de tomar partido. Somos seres políticos de la misma manera que los peces son seres acuáticos: no es una elección, es nuestra condición de existencia.


En cada gesto cotidiano, en cada silencio cómplice, en cada "yo no me meto en política", estamos ya haciendo política. La diferencia radica solo en si somos conscientes de nuestra posición o si preferimos la comodidad de creernos neutrales. No elegimos si participar en el juego político, solo si lo hacemos activa o pasivamente, si nadamos a favor o en contra de la corriente.


El mito de la neutralidad sirve perfectamente a los intereses del poder establecido. Cuando alguien dice "yo no hago política", está haciendo precisamente la política que el sistema necesita: la del espectador pasivo, la del cómplice silencioso. La única elección real es entre ser conscientes de nuestra posición política o dejar que otros la elijan por nosotros.


 
 
 
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  • 25 ene
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La clínica contemporánea nos revela una verdad incómoda: no existe la neutralidad en el habla. Cada palabra que pronunciamos es una toma de posición, una manera de ubicarnos en el campo social. Cuando hablamos, no solo comunicamos: establecemos relaciones de poder, defendemos territorios simbólicos, construimos o destruimos realidades. El lenguaje nunca es inocente: es un campo de batalla donde cada frase puede ser tanto un acto de resistencia como de sometimiento.


Los analizantes que llegan a la consulta suelen creer que sus síntomas son puramente personales, hasta que descubren que su manera de hablar (o de callar) reproduce discursos sociales que los atraviesan. Sus palabras son trincheras donde se refugian o desde donde disparan. Cada sesión es una pequeña revolución potencial, donde las palabras gastadas pueden adquirir nuevos significados, donde los silencios impuestos pueden transformarse en gritos de libertad.


El verdadero acto analítico consiste en hacer visible esta dimensión política del decir. No se trata solo de interpretar síntomas, sino de ayudar al sujeto a descubrir cómo su discurso lo posiciona en el mundo. Cada intervención del analista es también un acto político: puede reforzar las estructuras de poder existentes o abrir espacios para nuevas formas de decir y de ser.


 
 
 
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