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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 2 feb
  • 1 Min. de lectura

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En el espacio analítico se revela una verdad que sacude los cimientos de la experiencia infantil: el verdadero trauma no es el abandono físico, sino el descubrimiento de que el deseo materno se dirige hacia otro lugar. La primera traición no viene de un acto de negligencia, sino del momento en que descubrimos que no somos todo para la madre, que su mirada y su deseo pueden desviarse hacia otros objetos.


El padre aparece aquí no solo como figura real, sino como función que encarna esta primera rivalidad estructurante. Es quien introduce la dimensión del tiempo en el amor, quien marca los límites del goce entre madre e hijo. Su presencia anuncia una verdad perturbadora: el amor tiene horarios, el deseo materno tiene otros destinos, la completitud imaginaria es imposible.


Esta herida narcisista primordial es, paradójicamente, la que nos permite devenir sujetos deseantes. Solo cuando aceptamos que no somos todo para el Otro, que el deseo materno nos excede y nos precede, podemos comenzar a construir nuestro propio deseo. La función paterna no castra el placer: abre la posibilidad del deseo.


 
 
 
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 26 ene
  • 1 Min. de lectura

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El trabajo analítico nos confronta con una evidencia innegable: el mercado ha tomado el lugar del antiguo amo. Ya no obedecemos a reyes ni dictadores, sino a algoritmos que predicen nuestros deseos, a métricas que evalúan nuestra productividad, a índices que miden nuestro valor. El discurso capitalista opera como un amo invisible pero omnipresente, que no necesita látigo porque tiene publicidad.


Este nuevo amo es más eficiente que cualquier tirano histórico: no demanda sumisión explícita, sino que nos hace creer que elegimos libremente nuestra servidumbre. Cada acto de consumo es celebrado como una expresión de libertad individual, mientras nos ata más firmemente a la cadena del deseo programado. El mercado no prohíbe: seduce, promete, incita.


La verdadera perversión del discurso capitalista radica en su capacidad para convertir incluso la rebeldía en mercancía. Nuestras protestas se transforman en tendencias de mercado, nuestro malestar en oportunidades de negocio, nuestra búsqueda de alternativas en nuevos nichos de mercado. El amo moderno no teme la revolución: la empaqueta y la vende con descuento.


 
 
 
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 26 ene
  • 1 Min. de lectura

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La esclavitud se ha vuelto elegante. Ya no necesita cadenas visibles ni amos con rostro: opera a través de algoritmos que predicen y moldean nuestros deseos, a través de pantallas que nos mantienen cautivos voluntarios. El poder ya no se ejerce desde el castigo sino desde la seducción. Cada 'like', cada 'click', cada interacción digital refuerza los barrotes invisibles de nuestra prisión confortable.


Los nuevos dispositivos de control son tan sofisticados que nos hacen creer que somos más libres que nunca. Compartimos voluntariamente cada aspecto de nuestra vida, entregamos gustosamente nuestros datos más íntimos, construimos alegremente nuestras propias cadenas digitales. La vigilancia ya no necesita espías: tenemos smartphones que hacen ese trabajo por ella.


Lo verdaderamente perverso de este sistema es que nos hace amar nuestra servidumbre. Ansiamos el próximo dispositivo que nos vigilará mejor, esperamos con impaciencia la siguiente actualización que refinará nuestro perfil de consumidor. La esclavitud moderna no solo viene con wifi incluido: viene con lista de espera y fanáticos acampando frente a las tiendas para ser los primeros en encadenarse.


 
 
 
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