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La primera herida

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 2 feb
  • 1 Min. de lectura


En el espacio analítico se revela una verdad que sacude los cimientos de la experiencia infantil: el verdadero trauma no es el abandono físico, sino el descubrimiento de que el deseo materno se dirige hacia otro lugar. La primera traición no viene de un acto de negligencia, sino del momento en que descubrimos que no somos todo para la madre, que su mirada y su deseo pueden desviarse hacia otros objetos.


El padre aparece aquí no solo como figura real, sino como función que encarna esta primera rivalidad estructurante. Es quien introduce la dimensión del tiempo en el amor, quien marca los límites del goce entre madre e hijo. Su presencia anuncia una verdad perturbadora: el amor tiene horarios, el deseo materno tiene otros destinos, la completitud imaginaria es imposible.


Esta herida narcisista primordial es, paradójicamente, la que nos permite devenir sujetos deseantes. Solo cuando aceptamos que no somos todo para el Otro, que el deseo materno nos excede y nos precede, podemos comenzar a construir nuestro propio deseo. La función paterna no castra el placer: abre la posibilidad del deseo.


 
 
 

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