top of page
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 3 feb
  • 1 Min. de lectura

ree

Existe una fantasía persistente en nuestro tiempo: la de una universalidad que borra diferencias, que uniformiza experiencias, que aplana singularidades. Pero la verdadera universalidad opera de manera radicalmente distinta: no elimina las diferencias sino que las atraviesa, encontrando lo común precisamente en el reconocimiento de lo que nos separa.


El pensamiento genuinamente universal no surge de ignorar las fracturas que nos dividen, sino de confrontarlas en toda su crudeza. Es precisamente cuando reconocemos la profundidad de nuestras diferencias cuando podemos comenzar a construir puentes reales, no simulacros de entendimiento. Lo común no preexiste al encuentro: emerge como consecuencia de atravesar lo que nos distingue.


La paradoja es que solo podemos alcanzar lo universal a través de lo particular, solo llegamos a lo común mediante el reconocimiento de lo singular. Una universalidad que no puede contener diferencias no es más que totalitarismo disfrazado. El verdadero pensamiento común no es un punto de partida sino una construcción que surge de mirar de frente nuestras diferencias.


 
 
 
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 2 feb
  • 1 Min. de lectura

ree

El trabajo analítico nos muestra una verdad paradójica: el sujeto no es una sustancia que preexiste al lenguaje, sino el efecto mismo que emerge en el juego de los significantes. No somos la causa de nuestro decir, sino su consecuencia: aparecemos como ese destello fugaz que surge cuando un significante se articula con otro, en ese espacio intersticial donde el sentido se produce.


La subjetividad no reside en ningún punto fijo ni en ninguna esencia estable: es ese movimiento perpetuo que se desliza entre las palabras, esa ausencia productiva que permite que los significantes se encadenen y produzcan efectos de sentido. Como una sombra que solo existe entre los objetos que la proyectan, el sujeto emerge en el intervalo entre significantes.


Lo que llamamos "yo" es apenas el intento de dar consistencia a este juego elusivo de representaciones. El verdadero sujeto no es el que habla, sino el que es hablado en la cadena significante, el que aparece como un efecto de sentido entre las palabras que lo nombran y lo constituyen sin jamás poder capturarlo por completo.


 
 
 
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 2 feb
  • 1 Min. de lectura

ree

La experiencia analítica nos confronta con una verdad inquietante: no somos los autores soberanos de nuestro discurso. Lejos de ser ventrílocuos que manipulan conscientemente sus palabras, somos más bien muñecos que repiten voces ajenas sin saberlo. El discurso que creemos propio está tejido con hilos de palabras prestadas, ecos de otros que nos habitan sin que lo notemos.


El inconsciente opera como un guionista anónimo que escribe nuestras líneas más íntimas. Cada lapsus, cada acto fallido, cada sueño revela la presencia de este autor oculto que habla a través de nosotros. No elegimos las palabras que nos marcan: ellas nos eligen, emergiendo desde un lugar que no controlamos, siguiendo una lógica que nos excede.


Lo que llamamos "hablar por uno mismo" es en realidad un complejo entramado de voces heredadas, significantes que nos precedieron, palabras que nos nombraron antes de que pudiéramos nombrar. La ilusión de originalidad es precisamente eso: una ilusión que el análisis viene a perturbar, revelando que somos hablados más de lo que hablamos.

 
 
 
bottom of page