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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 31 oct 2024
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 14 feb


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En el núcleo de nuestro ser reside una fractura fundamental, una fisura que habla de nuestra incompletitud inherente. Esta grieta en nuestra base existencial no es un defecto a corregir, sino una puerta por la cual la presencia de los demás se vuelve esencial. Somos, por naturaleza, insuficientes por nosotros mismos y necesitamos el apoyo, el reconocimiento y la conexión con quienes nos rodean para realmente florecer.


Esta realización —que no somos unidades autosuficientes, sino seres interconectados— puede ser tanto humillante como liberadora. Desafía nuestras tendencias narcisistas, la ilusión de autosuficiencia que a menudo nos mantiene aislados e insatisfechos. Al reconocer nuestra dependencia de los demás, nos abrimos a una forma de ser más auténtica, una que abraza la vulnerabilidad como una fortaleza en lugar de una debilidad.


Es en este reconocimiento de nuestra naturaleza fracturada donde se siembran las semillas del amor. Al renunciar a la búsqueda de una plenitud imposible, creamos espacio para la conexión genuina. El amor, en su forma más pura, surge no de dos individuos completos que se encuentran, sino del apoyo mutuo y la aceptación de nuestra incompletitud compartida. En esta danza de necesidad y cuidado recíprocos, encontramos no solo compañía, sino una profunda afirmación de nuestra humanidad. Referencias Lacan, J. (2010). El Seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós. (Seminario impartido en 1964)


 
 
 
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    Psicotepec
  • 31 oct 2024
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 14 nov 2024


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La verdadera hospitalidad es un arte que va más allá de un mero acto de bienvenida; encarna una comprensión más profunda de la vulnerabilidad y de las complejidades que acompañan la presencia del extranjero. Como lo articula Derrida, la hospitalidad auténtica requiere una apertura hacia lo desconocido y un reconocimiento de las incertidumbres que surgen al encontrarse con alguien diferente a uno mismo (Derrida, 2000, p. 129). Nos desafía a confrontar nuestros prejuicios y el posible malestar que puede acompañar el acto de recibir a otro en nuestras vidas.


Por lo tanto, la hospitalidad no se trata únicamente de ofrecer un espacio o una comida; se trata de cultivar una relación que respete la individualidad y la identidad del extranjero. Esta hospitalidad nos invita a derribar barreras de familiaridad y normalidad, abrazando en cambio una humanidad compartida que reconoce las experiencias y perspectivas únicas del extranjero. Nos obliga a considerar cómo nuestras propias identidades se enriquecen a través de este compromiso con los demás.


En última instancia, la hospitalidad genuina transforma tanto al anfitrión como al invitado, al fomentar el diálogo y la comprensión. Este encuentro puede llevar al crecimiento personal y a una memoria cultural ampliada, enriqueciendo nuestro sentido de comunidad y conexión. Así, la verdadera hospitalidad no es solo una bienvenida, sino un acto profundo de compromiso que honra las complejidades de las relaciones humanas y las valiosas lecciones que estas encierran.


Referencias


Derrida, J. (2000). De la hospitalidad. Stanford University Press.


 
 
 
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    Psicotepec
  • 28 sept 2024
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 25 feb


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La experiencia psicoanalítica revela una verdad fundamental: el inconsciente no reconoce la división entre lo individual y lo colectivo. Mientras el analizante navega las aguas turbias de su historia personal, descubre corrientes más profundas que lo conectan al océano social. Este hallazgo no es accidental: es el momento en que la cura trasciende la mera adaptación para convertirse en transformación auténtica. El consultorio se revela como un microcosmos del mundo exterior.


La neurosis privada siempre contiene huellas de malestares colectivos: cada síntoma personal es también un nudo en la trama social. El sujeto que inicialmente busca alivio individual encuentra un desafío mayor: reconocer su participación en la construcción del mundo compartido. Esta comprensión no es cómoda: implica abandonar la ilusión de autonomía absoluta que tanto valoramos.


La verdadera cura analítica produce un giro ético inevitable: el surgimiento de la responsabilidad por el Otro. El paciente curado no está simplemente libre de síntomas: está despierto a las interconexiones. La soledad neurótica cede ante el reconocimiento del archipiélago humano. Es precisamente en esta apertura donde florece lo más valioso.


 
 
 
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