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    Psicotepec
  • 13 ene
  • 1 Min. de lectura

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La clínica contemporánea nos confronta con un nuevo tipo de sufrimiento: el del sujeto que ha aprendido a relacionarse más con objetos que con personas. No es una elección accidental sino el producto de una época que privilegia la satisfacción inmediata del consumo por sobre la complejidad del encuentro humano. Los objetos, después de todo, no decepcionan: están ahí, disponibles, predecibles, sin la inquietante alteridad del otro.


Esta preferencia por el objeto sobre el vínculo revela una estrategia defensiva cada vez más común: ante la angustia que genera la imprevisibilidad del encuentro con otro, se opta por la seguridad del objeto de consumo. El mercado alimenta esta tendencia ofreciendo una promesa seductora: cada malestar puede ser resuelto con la adquisición correcta. El otro humano, con su irreductible diferencia, queda relegado a un segundo plano.


Pero el precio de esta elección es alto: mientras los objetos pueden calmar momentáneamente la angustia, solo el vínculo con otros puede ofrecer la posibilidad de una transformación subjetiva real. La acumulación de objetos se revela como un callejón sin salida, una promesa de satisfacción que siempre queda pendiente, mientras la capacidad misma de vincularse se atrofia bajo el peso de las posesiones.


 
 
 
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  • 11 ene
  • 1 Min. de lectura

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La fantasía contemporánea de la completitud nos vende una mentira fundamental: que la buena vida consiste en tenerlo todo, en llenar cada vacío, en satisfacer cada necesidad. Es la ilusión de que existe un punto de llegada donde el deseo finalmente se aquieta. Pero la mente humana no funciona por necesidad como una máquina que requiere combustible; opera por deseo, ese motor perpetuo que se alimenta precisamente de lo que no tiene.


El deseo es siempre deseo de otra cosa, de lo que falta. No es una carencia que pueda ser colmada, sino una fuerza que emerge precisamente de la diferencia entre lo que tenemos y lo que queremos. Esta brecha no es un defecto a corregir sino el espacio mismo donde surge la vitalidad. El deseo pulsa, empuja, moviliza precisamente porque nunca encuentra su objeto definitivo.


La verdadera plenitud, entonces, no consiste en tenerlo todo - proyecto imposible y alienante - sino en reconocer y abrazar aquello que nos falta. Una vida plena no es una vida completa, sino una vida que sabe nombrar sus ausencias, que puede habitar sus vacíos sin desesperación, que encuentra en la falta misma la fuente de su movimiento y su sentido.


 
 
 
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    Psicotepec
  • 11 ene
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 20 jul

La época produce sujetos que respiran sin vivir, que funcionan sin desear. El psicoanálisis no ofrece sentido: acompaña el despertar del deseo propio.


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El vacío del proyecto vital.


La clínica contemporánea nos confronta con un nuevo tipo de sufrimiento: el del sujeto que sobrevive sin horizonte, que respira sin sentir que vive realmente. No es tanto una depresión clásica como un vaciamiento existencial, donde el futuro ha dejado de ser un espacio de posibilidades para convertirse en una extensión gris del presente. La pregunta "¿qué quieres hacer con tu vida?" ya no convoca un proyecto, sino que genera una angustia sorda ante la imposibilidad de imaginar algo que valga la pena.


Este vaciamiento no es un accidente individual sino el producto de una época que ha reducido la existencia a mera productividad. Cuando el único proyecto posible es "ser exitoso" según métricas ajenas, cuando el futuro se reduce a objetivos de rendimiento, la capacidad misma de desear queda atrofiada. El sujeto se encuentra atrapado en un presente perpetuo, cumpliendo metas que no ha elegido, persiguiendo un éxito que no le pertenece.


El psicoanálisis propone algo radicalmente distinto: no llenar este vacío con respuestas prefabricadas, sino crear las condiciones para que cada quien pueda redescubrir su propia capacidad de desear. No se trata de prescribir un sentido, sino de acompañar el proceso donde cada sujeto pueda encontrar, en su singularidad, aquello que hace que la vida valga la pena ser vivida. La verdadera cura no está en "arreglar" al sujeto para que funcione, sino en permitirle despertar a su propio deseo.


Psicoterapia
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