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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 7 ene
  • 1 Min. de lectura

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Existe una diferencia radical entre estudiar un cuerpo teórico y convertirlo en una insignia identitaria. Cuando alguien se apresura a declararse "lacaniano", "kleiniano" o cualquier otro "iano", está revelando más sobre su necesidad de pertenencia que sobre su compromiso con el pensamiento crítico. La teoría se transforma así en un refugio identitario, en una marca de distinción que protege contra la angustia de pensar por uno mismo.


El verdadero trabajo con la teoría requiere una posición radicalmente distinta: la de quien se acerca a un cuerpo de pensamiento para estudiarlo, cuestionarlo, ponerlo a prueba. No se trata de encontrar un amo al cual jurar lealtad, sino de confrontarse con ideas que nos ayuden a pensar mejor. La obra de un teórico es precisamente eso: una obra para trabajar, no un emblema para portar.


La declaración apresurada "soy un ___iano" funciona como una defensa contra la incertidumbre del pensamiento verdadero. Es más cómodo adherir a una identidad prestada que sostener la tensión de un pensamiento en construcción. El desafío real es mantener una relación viva con la teoría, donde el estudio no se cristalice en identificación y el pensamiento no se fosilice en doctrina.


 
 
 
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  • 6 ene
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Actualizado: 13 ene


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Nos aferramos a la causalidad como a un salvavidas en medio del caos de la existencia. Construimos cadenas explicativas perfectas, donde cada efecto tiene su causa clara y cada acontecimiento su razón necesaria. Es el cuento de hadas que nos contamos para dormir tranquilos, la ilusión de que todo tiene una explicación si miramos con suficiente atención.


Pero entre la causa y el efecto se abre siempre un abismo inexplorable, una falta que ninguna explicación logra colmar. No importa cuánto refinemos nuestras teorías o cuánto profundicemos en nuestros análisis: siempre queda ese espacio misterioso, ese salto lógico que ninguna causalidad puede explicar. Es el punto ciego de nuestros sistemas explicativos, el lugar donde la razón tropieza consigo misma.


Esta falta no es un defecto de nuestro entendimiento, sino la marca de lo real que insiste en escapar a nuestras redes causales. Es el recordatorio de que hay algo en la existencia que resiste obstinadamente a ser capturado por nuestras explicaciones, que se burla de nuestros intentos de domesticar el misterio con cadenas de causa y efecto.


 
 
 
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    Psicotepec
  • 6 ene
  • 1 Min. de lectura

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La fantasía más común sobre el análisis es que allí aprenderemos sobre nosotros mismos, como quien estudia un manual de instrucciones de su propia psique. Se espera acumular conocimientos tranquilizadores que nos permitan "manejar" mejor nuestra vida. Nada más lejos de lo que realmente ocurre en el proceso analítico. El verdadero saber que emerge en análisis no viene a completar nuestro conocimiento, sino a agujerear nuestras certezas.


Este saber inquietante no se añade a lo que ya creemos saber sobre nosotros mismos; más bien socava esas construcciones imaginarias tan cuidadosamente edificadas. No es un saber que se aprende, sino uno que irrumpe, que se impone, que emerge a pesar de nuestras resistencias. Es un saber que desestabiliza precisamente porque toca algo de nuestra verdad más íntima, esa que preferimos mantener a distancia.


La paradoja del análisis es que su eficacia no reside en acumular más conocimiento, sino en permitir que emerja ese saber perturbador que ya nos habita. No se trata de construir nuevas certezas, sino de hacer espacio para que caigan las viejas, permitiendo que surja algo más auténtico desde las grietas de nuestras seguridades imaginarias.


 
 
 
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