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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 6 ene
  • 1 Min. de lectura

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Existe una fantasía popular que imagina al inconsciente como un sótano oscuro donde guardamos nuestros secretos más inconfesables, una especie de baúl misterioso que el analista debe forzar para extraer sus contenidos ocultos. Esta visión pintoresca del trabajo analítico no podría estar más lejos de la verdad. El inconsciente no está enterrado en las profundidades de un pozo psíquico esperando ser excavado; está vivo, activo, operando en cada palabra que pronunciamos, en cada acto que realizamos.


Este saber inconsciente que nos atraviesa no necesita ser descubierto sino escuchado. Ya está hablando en nuestros lapsus, en nuestros sueños, en nuestros síntomas. No requiere técnicas especiales de extracción ni interpretaciones forzadas. Lo que necesita es un espacio donde pueda ser dicho, donde la palabra pueda desplegarse libremente, sin la censura constante de nuestras explicaciones racionales.


La tarea del análisis no es iluminar zonas oscuras sino permitir que emerja lo que ya está allí, insistiendo en ser escuchado. No es un trabajo de excavación arqueológica sino de escucha atenta a ese saber que ya nos habita y que se manifiesta en los pliegues del discurso, en los silencios entre palabras, en esas verdades que decimos sin saber que las estamos diciendo.


 
 
 
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  • 6 ene
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La fantasía de alcanzar un saber total, definitivo, que finalmente nos complete, es quizás la última ilusión de la que el análisis debe despojarnos. No existe ese momento mítico en que todas las piezas encajarán, en que finalmente entenderemos todo y la división que nos habita quedará suturada. El análisis no avanza hacia una síntesis final, sino hacia el reconocimiento de una verdad más inquietante: la división entre sujeto y saber es insuperable.


Esta fractura no es un accidente en nuestra constitución, un defecto que podría ser corregido con suficiente análisis o comprensión. Es la condición misma de nuestra subjetividad, el precio que pagamos por ser seres hablantes. El lenguaje que nos constituye como sujetos es el mismo que introduce esta división irreparable. No hay retorno a una completitud mítica, porque nunca existió tal completitud.


Lo que el análisis nos ofrece no es un final feliz donde todo cobra sentido, sino la posibilidad de una relación diferente con esta división constitutiva. Aprender a habitarla no como una falla a superar, sino como el espacio mismo donde nuestra verdad puede desplegarse. La incompletud no es el fracaso del análisis, sino su horizonte más verdadero.


 
 
 
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  • 6 ene
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Existe una ficción fundamental que sostiene el proceso analítico: la ilusión de que el analista sabe, de que posee las respuestas que el analizante busca. Es un espejismo que se instala desde la primera consulta, cuando el analizante llega buscando a alguien que pueda descifrar su malestar, que sepa leer el enigma de sus síntomas. El analista no desmiente esta suposición, pero tampoco la confirma. Simplemente permite que opere.


Este "sujeto supuesto saber" no es un engaño malicioso, sino un artificio necesario para que el trabajo analítico pueda desplegarse. Es el pivote alrededor del cual gira la transferencia, ese motor que impulsa el análisis. El analizante habla, asocia, recuerda, movido por esta creencia de que hay Otro que puede entender lo que a él mismo se le escapa.


La paradoja es que este saber supuesto en el analista es, en realidad, el saber inconsciente del propio analizante que aún no reconoce como suyo. El analista solo presta su presencia, su silencio, su escucha, para que esta verdad pueda emerger. Al final del análisis, este espejismo debe caer para que el sujeto pueda reconocer que el saber siempre estuvo en él.


 
 
 
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