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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 27 mar
  • 1 Min. de lectura

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La resistencia al cambio no es mera comodidad ni obstinación. Observamos sujetos paralizados ante umbrales que podrían cruzar con facilidad aparente: el nuevo empleo, la ruptura amorosa, la mudanza de ciudad. El cuerpo registra señales de alarma desproporcionadas ante posibilidades que la razón cataloga como benignas o incluso deseables. El miedo se adhiere a la piel como sudor frío, mientras las piernas se niegan a avanzar hacia lo desconocido.


Toda transformación genuina exige un sacrificio identitario. La paradoja del cambio radica precisamente en su demanda contradictoria: para acceder a lo nuevo debemos aniquilar algo de lo viejo que somos. No tememos el resultado del cambio sino el proceso mismo de conversión, ese instante de disolución donde no somos ni lo que fuimos ni lo que seremos. Como la oruga que debe licuarse completamente para emerger mariposa.


La experiencia analítica nos muestra que la aversión al cambio esconde un terror existencial legítimo. El analizante que evita la transformación no protege su comodidad sino su continuidad ontológica. Intuye correctamente que tras cada umbral significativo acecha una pequeña muerte, un acto que dividirá su biografía en un antes y un después irreconciliables, habitados por sujetos que comparten nombre pero no identidad.


 
 
 
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 24 mar
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 24 abr

El extranjero no es quien carece de hogar, sino quien desestabiliza el mío con su libertad irrevocable.


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Las fronteras fracasan precisamente donde más esperamos que funcionen: en los límites invisibles de nuestra seguridad psíquica. El extranjero no mendiga abrigo sino que, con su mera presencia, desenmascara la fragilidad de nuestras moradas interiores. Nos perturba no por sus carencias sino por su exceso: una libertad que ningún muro detiene porque no cruza puertas sino certezas.

Levinas (2002) comprende que la alteridad radical habita este intolerable excedente de autonomía. La paradoja resulta devastadora: creemos acoger condescendientemente al extraño cuando en realidad es él quien nos recibe en el espacio desconocido de nuestras contradicciones. Su libertad irrevocable no es un atributo sino una condición ontológica que precede y excede cualquier intento de domesticación identitaria.


El sujeto contemporáneo construye refugios digitales contra esta intemperie metafísica: comunidades cerradas, cámaras de eco y algoritmos personalizados que filtran toda extrañeza. Edificamos búnkeres virtuales mientras ignoramos que lo verdaderamente amenazante no es el foráneo que deambula en nuestras calles sino la extranjería constitutiva que nos habita y que solo el encuentro con el Otro puede revelar.


Referencias Levinas, E. (2002). Totalidad e infinito: Ensayo sobre la exterioridad. (A. Leyte, Trad.). Sígueme. (Trabajo original publicado en 1961).


 
 
 
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 24 mar
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 24 abr

Cada muro visible oculta mil fronteras invisibles. Cada migrante rechazado confirma que lo que realmente tememos no es su presencia, sino lo que su libertad revela sobre nuestras propias jaulas.


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Las fronteras existen precisamente donde más insistimos en negarlas: no entre naciones, sino en nuestra percepción del otro. El migrante no desestabiliza economías, sino certezas; no amenaza recursos, sino la ilusoria homogeneidad con que tapizamos nuestro interior. Su verdadero crimen no es cruzar líneas geográficas, sino atravesar las demarcaciones de nuestra autocomprensión.


La "libertad irrevocable" que Levinas (2002) atribuye al extranjero funciona como un espejo invertido: mientras reforzamos muros físicos, son nuestras construcciones mentales las que se derrumban. Paradójicamente, cuanto más intentamos proteger nuestra identidad colectiva del "invasor", más revelamos su carácter ficticio y frágil. El migrante expone la contingencia de los valores que creíamos universales y eternos.


Hoy día se busca desesperadamente transformar al migrante en dato estadístico, tragedia mediática o amenaza abstracta. Todo, menos reconocerlo como portador de un rostro que, en términos levinasianos, nos impone una responsabilidad ética anterior a cualquier construcción política. Los alambrados físicos son meros símbolos de fronteras más profundas que nos negamos a examinar. Referencias Levinas, E. (2002). Totalidad e infinito: Ensayo sobre la exterioridad. (A. Leyte, Trad.). Sígueme. (Trabajo original publicado en 1961).


 
 
 
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