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Libertad intrusa

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 24 mar
  • 1 Min. de lectura

Actualizado: 24 abr

El extranjero no es quien carece de hogar, sino quien desestabiliza el mío con su libertad irrevocable.



Las fronteras fracasan precisamente donde más esperamos que funcionen: en los límites invisibles de nuestra seguridad psíquica. El extranjero no mendiga abrigo sino que, con su mera presencia, desenmascara la fragilidad de nuestras moradas interiores. Nos perturba no por sus carencias sino por su exceso: una libertad que ningún muro detiene porque no cruza puertas sino certezas.

Levinas (2002) comprende que la alteridad radical habita este intolerable excedente de autonomía. La paradoja resulta devastadora: creemos acoger condescendientemente al extraño cuando en realidad es él quien nos recibe en el espacio desconocido de nuestras contradicciones. Su libertad irrevocable no es un atributo sino una condición ontológica que precede y excede cualquier intento de domesticación identitaria.


El sujeto contemporáneo construye refugios digitales contra esta intemperie metafísica: comunidades cerradas, cámaras de eco y algoritmos personalizados que filtran toda extrañeza. Edificamos búnkeres virtuales mientras ignoramos que lo verdaderamente amenazante no es el foráneo que deambula en nuestras calles sino la extranjería constitutiva que nos habita y que solo el encuentro con el Otro puede revelar.


Referencias Levinas, E. (2002). Totalidad e infinito: Ensayo sobre la exterioridad. (A. Leyte, Trad.). Sígueme. (Trabajo original publicado en 1961).


 
 
 

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