top of page

El vacío que nos habita no es un accidente, sino nuestra única posesión verdadera. Mientras buscamos llenarlo, ignoramos que es precisamente nuestro tesoro.


ree

El objeto a no es algo que perdimos sino el residuo mismo de nuestra constitución como sujetos hablantes. Como la sombra que confirma nuestra corporeidad sin jamás poder ser tocada, este objeto paradójico materializa precisamente lo inmaterial: ese trozo de real que escapa a toda simbolización pero que, en su ausencia persistente, organiza nuestro campo de deseo. No podemos fotografiarlo ni señalarlo, pero lo encontramos en la mirada que nos perturba sin razón aparente, en la voz que resuena más allá de su contenido, en ese algo indefinible que perseguimos en cada objeto amoroso sin jamás poder nombrarlo.


La paradoja central es que este objeto causa nuestro deseo precisamente porque nunca podemos alcanzarlo. Como el horizonte que retrocede exactamente a la misma velocidad con que avanzamos hacia él, el objeto a mantiene su distancia perfecta por estructura, no por obstáculo contingente. Cada vez que creemos atraparlo en un objeto empírico —persona, sustancia, logro— descubrimos que lo verdaderamente deseado permanece intacto más allá, generando simultáneamente frustración renovada y persistencia del deseo.


El analizante busca desesperadamente nombrar este vacío que lo habita, confundiéndolo con alguna pérdida biográfica concreta: "Si mi madre me hubiera amado correctamente...", "Si pudiera conseguir ese reconocimiento profesional...". El trabajo analítico consiste precisamente en revelar que este objeto perdido nunca estuvo ahí para ser perdido, que este plus-de-goce es el resto inasimilable de nuestra entrada en el lenguaje, no una posesión arrebatada sino la marca estructural de nuestra condición deseante que ninguna satisfacción podrá jamás colmar ni eliminar.


Psicoterapia
60
Reservar ahora

 
 
 
  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 23 abr
  • 1 Min. de lectura

Nuestra división no es temporal, sino constitutiva. No somos quienes habitan detrás de la fractura, sino precisamente la fractura misma haciéndose carne.


ree

Nunca somos uno sino dos que nunca se encuentran. La barra que atraviesa al sujeto en la notación lacaniana no representa un accidente sino nuestra condición constitutiva. Como una fotografía que nunca captura exactamente el momento que pretende inmortalizar, existimos en perpetuo desajuste con nosotros mismos. Esta división no es patológica –no existe un estado previo de completud– sino estructural: nacemos completos como organismos pero llegamos al mundo divididos como sujetos, escindidos entre lo que creemos ser y lo que desconocemos de nosotros mismos.


La paradoja esencial radica en que esta escisión produce simultáneamente nuestro malestar y nuestra potencia creadora. Precisamente porque algo en nosotros permanece inaccesible a la conciencia, podemos desear, soñar, crear. La unidad perfecta sería la muerte subjetiva; la división incesante garantiza nuestra vitalidad psíquica. Como la grieta que permite a la semilla germinar rompiendo su cáscara, nuestra fractura interna no es defecto sino condición de posibilidad, no es carencia sino exceso que desborda toda identidad estable.


El analizante típicamente llega a consulta buscando sellar esta grieta constitutiva: "quiero entenderme completamente", "necesito controlar mis impulsos". El trabajo analítico consiste precisamente en revelar que este anhelo de unidad representa la fantasía más alienante. No se trata de eliminar la barra que nos divide sino de habitarla como espacio de creación, reconociendo que nuestra verdad más íntima no reside en ninguna esencia recuperable sino en el movimiento mismo que surge de esta escisión ineliminable entre lo que decimos ser y lo que somos sin saberlo.


Psicoterapia
60
Reservar ahora

 
 
 

Nuestra insatisfacción no es un accidente, sino el combustible necesario. Sin ese vacío persistente, nuestro deseo se extinguiría como fuego sin oxígeno.


ree

Desear es siempre producir un resto invisible. Cada experiencia de satisfacción genera simultáneamente su propia insatisfacción, como la sombra inseparable del objeto iluminado. El postre tan anhelado nunca sabe exactamente como imaginábamos; el amante ideal revela inevitablemente sus imperfecciones; el reconocimiento profesional se desvanece en el instante mismo de su obtención. Este residuo persistente —ni completamente dentro ni completamente fuera de la experiencia— constituye el plus-de-goce, excedente paradójico que mantiene en movimiento perpetuo la maquinaria entera del deseo humano.


La paradoja fundamental es que este "algo más" surge precisamente de una pérdida constitutiva. No perdemos el acceso a un goce originario que alguna vez poseímos; es la entrada misma en el lenguaje lo que produce retrospectivamente la ilusión de plenitud perdida. Como el espacio vacío en un rompecabezas que permite el movimiento de las piezas, el plus-de-goce no es deficiencia sino condición de posibilidad, no es fracaso del sistema sino su principio organizador, transformando cada "falta" en motor productivo del deseo.


El analizante llega habitualmente convencido de que existe algún objeto específico —persona, sustancia, logro— que contendría finalmente ese "algo más" siempre faltante. El trabajo analítico consiste precisamente en revelar que este excedente es estructural, no contingente, íntimamente ligado al objeto a como causa inalcanzable del deseo. Solo cuando el sujeto renuncia a capturar completamente su goce puede comenzar a experimentar las satisfacciones parciales no como fracasos sino como el tejido mismo de una vida deseante, liberada de la tiranía de la completud imposible.


Psicoterapia
60
Reservar ahora

 
 
 
bottom of page