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Actualizado: 21 jul

Cada concepto filosófico esconde un delito prehistórico: el secuestro de manos que sabían hacer por bocas que solo saben explicar lo hecho.

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La expropiación originaria: El nacimiento del discurso filosófico (3)5)

El conocimiento siempre ha circulado en los cuerpos antes que en las mentes. Manos callosas que transforman madera en mesa, arcilla en vasija, piedra en templo – ahí residía el saber verdadero en la antigua Grecia. El esclavo no teorizaba la geometría: la materializaba tallando columnas perfectamente proporcionadas. El amo, fascinado y aterrado por este poder concreto que no poseía, emprendió entonces la operación fundacional del pensamiento occidental: convertir el hacer en decir, la técnica corporal en abstracción verbal, el conocimiento encarnado en teoría descarnada.

La paradoja central es que esta apropiación violenta se presenta como liberación. Cuando Sócrates interroga al joven esclavo en el Menón, aparentemente "descubre" conocimientos innatos, mientras realmente ejecuta un secuestro cognitivo. El maestro no enseña verdades; extrae prácticas corporales que transmuta en conceptos, realizando una alquimia perversa donde el oro del saber-hacer se convierte en la moneda abstracta del saber-decir, acuñada con la efigie del filósofo que jamás construyó templo alguno.

El analizante contemporáneo reproduce inconscientemente este discurso originario cuando busca desesperadamente que el analista nombre su sufrimiento. "Dígame qué me pasa", suplica, esperando ese momento de captura donde su experiencia vivida será convertida en teoría clasificable. La intervención analítica auténtica consiste precisamente en frustrar esta demanda, rehusándose a ejecutar ese robo ancestral, permitiendo que el cuerpo parlante del analizante recupere la dignidad de su saber no secuestrable por ningún discurso teórico.

Referencias

Lacan, J. (2008). El seminario de Jacques Lacan, libro XVII: El reverso del psicoanálisis. Paidós.

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Nuestra angustia no es un error de cálculo, sino una coordenada exacta en el álgebra del deseo. Estamos donde debemos estar: perdidos con precisión matemática.


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Cuatro letras sostienen el universo de nuestros vínculos como pilares invisibles de un templo. S₁, el significante amo, funciona como la llave maestra que abre todas las puertas sin pertenecer a ninguna habitación; puede ser "democracia", "ciencia" o "amor" - palabras que organizan discursos enteros sin significar nada preciso. S₂ representa el conocimiento encarnado, como las manos del carpintero que saben más que su mente consciente, o el cuerpo del amante que recuerda lo que la memoria olvida. $ marca la herida constitutiva de nuestra existencia, esa grieta interior que hace imposible coincidir con nosotros mismos. El objeto a encarna ese fragmento de goce que perseguimos sin alcanzar jamás.


Estos símbolos adquieren significado no por sí mismos sino por sus posiciones relativas, como bailarines cuya coreografía importa más que sus identidades. La paradoja fundamental es que la notación matemática, supuestamente precisa, permite cartografiar precisamente lo impreciso: ese excedente inaprensible que escapa a toda simbolización. Mientras creemos formalizar la experiencia para dominarla, estas letras revelan los límites estructurales de tal ambición, señalando el punto exacto donde el control fracasa y emerge el goce.


La rotación de un cuarto de vuelta transforma radicalmente las relaciones entre estos elementos, produciendo nuevas configuraciones del vínculo social. El discurso del amo coloca S₁ en posición dominante; el universitario eleva S₂; la histérica pone al sujeto dividido ($) al mando, y el analista sitúa el objeto a en primer plano. El analizante transita estos discursos como espacios habitables, reconociendo gradualmente que sus síntomas no son accidentes sino posiciones estructurales en esta geometría del deseo, verdades parciales que revelan el engranaje donde su subjetividad queda atrapada.


Referencias


Lacan, J. (2008). El seminario de Jacques Lacan, libro XVII: El reverso del psicoanálisis. Paidós.


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Nunca decimos lo que creemos decir. Cuando abrimos la boca, habla a través nuestro un orden anterior que jamás elegimos pero siempre nos elige.


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Las relaciones humanas están determinadas por estructuras invisibles que operan antes de cualquier enunciación verbal. Entras al consultorio médico y sin mediar palabra sabes quién preguntará y quién responderá, quién desvestirá su cuerpo y quién lo examinará. Este "discurso sin palabras" organiza los cuerpos en el espacio social como un coreógrafo mudo que asigna posiciones sin anunciarlas, distribuyendo autorizaciones implícitas sobre quién puede mirar, quién debe ser mirado, quién interpreta y quién es interpretado.


La paradoja fundamental reside en que estas estructuras discursivas se vuelven más invisibles cuanto más evidentes son. Como el agua para el pez, constituyen el medio mismo donde nos movemos sin percibirlo jamás como objeto. Intentamos liberarnos de estas determinaciones simbólicas hablando contra ellas, sin advertir que esta misma habla está ya trazada por coordenadas preestablecidas. El marco nunca aparece en la fotografía que contiene, aunque determina precisamente lo que será visible y lo que quedará excluido.


El analizante llega siempre con la fantasía de una comunicación transparente, como si las palabras fueran vehículos neutros de significados internos. El trabajo analítico consiste justamente en evidenciar cómo su habla está ya estructurada por discursos que lo atraviesan sin su consentimiento consciente, cómo sus "pensamientos más íntimos" están formulados en significantes que no eligió, y cómo su libertad solo puede consistir en reconocer las determinaciones simbólicas que constituyen el escenario donde su deseo intenta articularse.


Referencias


Lacan, J. (2008). El seminario de Jacques Lacan, libro XVII: El reverso del psicoanálisis. Paidós.


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