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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 13 may
  • 1 Min. de lectura

Consumimos nuestros ideales hasta extinguirlos. Adictos a lo sagrado en formato portable, perdimos la distancia que hace posible la adoración.


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Ideales líquidos


Los objetos se volvieron soluciones. Donde antes existían ideales inalcanzables que orientaban desde las alturas, ahora consumimos pastillas, polvos y píxeles que prometen entregar en formato digerible lo que antes perseguíamos como horizonte: trascendencia instantánea, conexión envasada, identidad con código de barras. La adicción no es exceso sino transformación química del ideal: de brújula externa a combustible interno.


Paradójicamente, cuanto más intentamos materializar nuestros ideales en objetos tangibles, más se desvanece su función estructurante. Como quien intenta atrapar el viento en frascos: el acto mismo de posesión destruye aquello que pretendemos conservar. El vacío que los objetos adictivos prometen llenar se expande precisamente con cada nueva adquisición que debería reducirlo.


La clínica contemporánea recibe consumidores exhaustos de ideales líquidos que se evaporan tras cada dosis. El verdadero trabajo analítico consiste en restaurar la distancia entre sujeto e ideal, reintroduciendo la imposibilidad como dimensión constitutiva del deseo. La adicción convierte horizontes en destinos; el análisis devuelve a los horizontes su función orientadora pero inalcanzable.


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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 8 may
  • 1 Min. de lectura

La palabra 'yo' es una elaboración tardía; mucho antes de aprenderla, el niño ya ha mapeado su existencia en un universo de sensaciones que definen sus fronteras. Este mapa sensorial es el verdadero protolenguaje del ser.


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Primeras inscripciones


Antes de que adquiramos lenguaje para nombrarnos, antes de que la razón elabore complejas narrativas sobre nuestra identidad, el cuerpo ya ha comenzado a trazar los contornos primordiales del ser. Esta cartografía sensitiva precede cualquier abstracción, cualquier construcción verbal del yo. Somos primero una experiencia táctil, una sensación de límites, un conjunto de percepciones que delimitan donde termino yo y comienza lo otro.


El infante que aún no puede decir "yo" ya experimenta su existencia separada a través de sensaciones: el hambre que tensa sus entrañas, el bienestar que sigue a la satisfacción, el dolor que circunscribe una zona específica de su corporalidad. Estas experiencias sensoriales constituyen la materia prima de la consciencia. La piel, frontera material entre el ser y el mundo, se convierte en el primer lienzo donde se dibuja la identidad mediante el registro de innumerables contactos, caricias, presiones y temperaturas.


Esta inscripción corporal primigenia persiste como sustrato permanente incluso cuando desarrollamos representaciones más sofisticadas de nosotros mismos. El análisis profundo revela cómo, bajo capas de elaboración intelectual, subyace siempre esta memoria somática fundacional. Los pacientes con trastornos de identidad frecuentemente manifiestan alteraciones en su esquema corporal, evidenciando que cuando la representación corporal original se distorsiona, toda la arquitectura posterior del yo se tambalea.


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    Psicotepec
  • 6 may
  • 1 Min. de lectura

El gesto que 'se escapa', el tic imperceptible, la respiración entrecortada: ahí reside el mensaje más auténtico. El verdadero analista no escucha palabras; descifra cuerpos.


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Elocuencia del silencio


Escuchamos palabras mientras ignoramos sinfonías. Nuestros oídos, adiestrados para captar el lenguaje articulado, permanecen sordos ante el discurso más antiguo y constante: el del cuerpo. Este emisor incansable transmite sin descanso, enviando señales que rebasan cualquier censura consciente, revelando verdades que la palabra nunca confesaría.


La corporalidad constituye nuestro primer modo de existencia simbólica, anterior al habla y más honesto que ella. Paradójicamente, cuanto más intentamos silenciar al cuerpo, más elocuentes se vuelven sus manifestaciones: el síntoma físico grita lo que la boca calla. El sonrojo delata, el temblor confiesa, la tensión muscular revela las batallas internas que libramos contra nosotros mismos. Ninguna máscara social logra acallar completamente este texto viviente.


El analista contemporáneo sabe que debe desarrollar una escucha bifocal: atender simultáneamente al contenido verbal y a la narrativa corporal que lo acompaña, contradice o complementa. Cuando ambos registros divergen, el cuerpo suele portar la verdad más cercana al inconsciente. La interpretación eficaz requiere esta doble lectura, este desciframiento de un alfabeto primitivo que precede a cualquier elaboración lingüística. El silencio corporal contiene la gramática primordial del ser.


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