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  • 20 jul
  • 2 Min. de lectura

La transferencia verdadera no transfiere: mantiene abierto el puente entre dos orillas del inconsciente.


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La transferencia como Übertragung: El puente que nunca se rompe.


Un niño dibuja, lo corta al medio y me regala una parte. "¡Chau, Pablo!", dice llevándose la otra mitad. En ese gesto final entendí algo esencial sobre la transferencia: no es algo que se transfiere y desaparece, sino un puente que mantiene unidos los extremos incluso después de la separación. Cada parte solo cobra valor en relación con la otra (Peusner, 2006, p. 184).

Creemos que transferencia significa pasar algo de un lugar a otro, cuando en realidad significa mantener abierto el arco que conecta ambos puntos. En español perdemos esta dimensión; en alemán, Übertragung evoca "cargar algo por sobre una región" sin que el punto de origen desaparezca. La transferencia no es mudanza sino circulación permanente (p. 171).


Peusner (2006) señala que "la transferencia es la puesta en acto de la realidad del inconsciente" (p. 168). Esta realidad no reside en ninguna persona sino en las redes significantes que nos atraviesan a ambos: analista y analizante como nodos de una misma estructura. Cuando las palabras sorprenden por igual a quien las dice y a quien las escucha, estamos en el territorio de la transferencia genuina.


En la clínica con niños, esta dimensión se vuelve especialmente visible. Las "manchas" del caso Margarita circulan entre psoriasis, papel, árbol genealógico y pecado sexual sin que nadie controle completamente el movimiento. "¿Quién lo dijo?", se pregunta el analista ante la emergencia de la sexualidad en el discurso. La respuesta es: lo dijo la transferencia (Peusner, 2006, p. 158).


La experiencia analítica nos enseña que la transferencia como Übertragung no se instala una vez y para siempre, sino que requiere renovación constante. Es un proceso dialéctico donde cada movimiento engloba los anteriores, creando una historia compartida que trasciende las personas involucradas. El análisis termina, pero el puente permanece: cada parte conserva para siempre la marca de la otra.


Referencias


Peusner, P. (2006). Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños: De la interpretación a la transferencia. Letra Viva.


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  • 20 jul
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El niño sabe lo que el adulto olvida: las palabras no se borran con lluvia.


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El fútbol que no se juega.


Un padre promete fútbol, llueve, el partido se cancela. El niño responde con la lógica implacable de quien habita el lenguaje sin defensas: "Pero si vos me dijiste que íbamos a ir". Mientras el adulto despliega argumentos meteorológicos, el niño sostiene algo más fundamental que cualquier pronóstico: la palabra dada no se borra con explicaciones. El consultorio infantil está poblado de estas promesas rotas que revelan la diferencia abismal entre quien vive en el tiempo de los significantes y quien se refugia en el tiempo de los hechos.


He aquí la paradoja que desorienta a todo padre moderno: explicar es malexplicar cuando se trata del lenguaje inconsciente. El niño no demanda información sobre precipitaciones atmosféricas sino reconocimiento de que algo se dijo y ese decir trasciende las circunstancias que lo condicionan. Su lógica es inquebrantable porque opera desde la estructura simbólica donde las palabras crean realidades irreductibles a los hechos empíricos. El padre racionaliza, el niño simboliza; el padre informa, el niño reclama que se honre el acto enunciativo.


Los tres registros lacanianos cobran aquí materialidad cotidiana. Lo Real irrumpe como tormenta que hace imposible el encuentro con la pelota; lo Imaginario despliega sus coartadas explicativas para salvar la imagen paterna; lo Simbólico persiste como marca indeleble de la palabra pronunciada. El niño privilegia naturalmente este último registro porque aún no ha aprendido a mentirse sobre el poder constituyente del lenguaje. Para él, decir es hacer, prometer es comprometerse en una dimensión que excede las contingencias empíricas.


La represión educativa enseñará progresivamente al niño que las palabras pueden neutralizarse con circunstancias, que los compromisos simbólicos se disuelven ante la fuerza de los hechos objetivos. Aprenderá la lección adulta por excelencia: que se puede hablar sin consecuencias, prometer sin comprometerse, decir sin que importe el decir mismo. El lenguaje infantil conserva la memoria de una época anterior a esta claudicación, cuando las palabras aún conservaban su poder performativo y el sujeto se contaba sin pudor en sus propios enunciados.


La experiencia analítica revela que el camino de vuelta al inconsciente pasa por recuperar esta relación infantil con la palabra donde el "que se diga" no queda olvidado tras lo dicho. El analizante adulto debe reaprender lo que el niño sabe naturalmente: que algunas cosas, una vez dichas, no pueden des-decirse con ninguna meteorología.


Referencias


Peusner, P. (2006). Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños: De la interpretación a la transferencia. Letra Viva.


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El adulto que habla como bebé al niño está más lejos de la infancia que nunca.


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El Habla Baby-ish: Cuando el adulto infantiliza su propio lenguaje.


Los adultos transforman su voz cuando se dirigen a bebés. "¡Cuchi, cuchi, qué bonito es el pequeñín!" resuena en consultorios, plazas y hogares como banda sonora de la modernidad parental. Esta alteración vocal no es espontánea sino calculada, no es ternura sino tecnología. El habla baby-ish revela algo inquietante sobre nuestra relación con la infancia: cuando creemos acercarnos al niño, en realidad estamos alejándonos de él hacia un territorio completamente diferente del lenguaje infantil genuino.


He aquí la paradoja que Peusner (2006) señala con precisión quirúrgica: "No hay sin embargo ninguna distinción esencial entre lo que se llama este hablar babyish y por ejemplo una suerte de lenguaje que se llama el pidgin" (p. 36). El adulto que infantiliza su habla no recupera el lenguaje del niño sino que construye un idioma artificial, una lengua de contacto entre dos mundos que se suponen mutuamente incomprensibles. Como los comerciantes que inventan jergas para comunicarse con extranjeros, creamos un esperanto doméstico para negociar con esos alienígenas que viven en nuestras casas.


Lacan identifica en este fenómeno "cierta cosa que a mí, por ejemplo, me crispa realmente los nervios" porque detecta allí no una manifestación ingenua sino "el sentimiento de superioridad del adulto" (Peusner, 2006, p. 35). El habla baby-ish funciona como certificado de madurez: solo quien domina completamente el lenguaje adulto puede permitirse degradarlo estratégicamente. Esta degradación controlada establece una jerarquía lingüística donde el adulto ocupa simultáneamente la posición del traductor, el intérprete y el supervisor de la comunicación.


La operación es más compleja de lo que parece. Mientras el lenguaje infantil genuino conserva acceso directo a la estructura del inconsciente, el habla baby-ish construye una muralla entre el adulto y esa dimensión. "Esta suerte de integraciones entre área y área del lenguaje" revelan que "existen justamente respecto del lenguaje dos mundos diferentes: en aquél lenguaje del niño y en aquél lenguaje del adulto" (Peusner, 2006, p. 36). El pidgin parental no accede a ninguno de estos mundos sino que crea un tercero, artificial y estéril, donde la comunicación reemplaza al encuentro con el inconsciente estructurado.


La experiencia analítica demuestra que el camino hacia el lenguaje infantil no pasa por infantilizar el habla adulta sino por permitir que emerja la dimensión irruptiva del lenguaje donde el sujeto se cuenta sin pudor. El analista que dice "cuchi cuchi" al niño está tan lejos del inconsciente como el que le explica meteorología; ambos hablan desde la superioridad de quien cree controlar los códigos de la comunicación.


Referencias


Peusner, P. (2006). Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños: De la interpretación a la transferencia. Letra Viva.


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