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El fútbol que no se juega.

  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 20 jul
  • 2 Min. de lectura

El niño sabe lo que el adulto olvida: las palabras no se borran con lluvia.


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El fútbol que no se juega.


Un padre promete fútbol, llueve, el partido se cancela. El niño responde con la lógica implacable de quien habita el lenguaje sin defensas: "Pero si vos me dijiste que íbamos a ir". Mientras el adulto despliega argumentos meteorológicos, el niño sostiene algo más fundamental que cualquier pronóstico: la palabra dada no se borra con explicaciones. El consultorio infantil está poblado de estas promesas rotas que revelan la diferencia abismal entre quien vive en el tiempo de los significantes y quien se refugia en el tiempo de los hechos.


He aquí la paradoja que desorienta a todo padre moderno: explicar es malexplicar cuando se trata del lenguaje inconsciente. El niño no demanda información sobre precipitaciones atmosféricas sino reconocimiento de que algo se dijo y ese decir trasciende las circunstancias que lo condicionan. Su lógica es inquebrantable porque opera desde la estructura simbólica donde las palabras crean realidades irreductibles a los hechos empíricos. El padre racionaliza, el niño simboliza; el padre informa, el niño reclama que se honre el acto enunciativo.


Los tres registros lacanianos cobran aquí materialidad cotidiana. Lo Real irrumpe como tormenta que hace imposible el encuentro con la pelota; lo Imaginario despliega sus coartadas explicativas para salvar la imagen paterna; lo Simbólico persiste como marca indeleble de la palabra pronunciada. El niño privilegia naturalmente este último registro porque aún no ha aprendido a mentirse sobre el poder constituyente del lenguaje. Para él, decir es hacer, prometer es comprometerse en una dimensión que excede las contingencias empíricas.


La represión educativa enseñará progresivamente al niño que las palabras pueden neutralizarse con circunstancias, que los compromisos simbólicos se disuelven ante la fuerza de los hechos objetivos. Aprenderá la lección adulta por excelencia: que se puede hablar sin consecuencias, prometer sin comprometerse, decir sin que importe el decir mismo. El lenguaje infantil conserva la memoria de una época anterior a esta claudicación, cuando las palabras aún conservaban su poder performativo y el sujeto se contaba sin pudor en sus propios enunciados.


La experiencia analítica revela que el camino de vuelta al inconsciente pasa por recuperar esta relación infantil con la palabra donde el "que se diga" no queda olvidado tras lo dicho. El analizante adulto debe reaprender lo que el niño sabe naturalmente: que algunas cosas, una vez dichas, no pueden des-decirse con ninguna meteorología.


Referencias


Peusner, P. (2006). Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños: De la interpretación a la transferencia. Letra Viva.


Psicoterapia
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