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  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 29 dic 2024
  • 1 Min. de lectura

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La clínica contemporánea nos presenta un fenómeno cada vez más frecuente y perturbador: el sujeto que ha reemplazado su capacidad creativa por un impulso consumista compulsivo. En lugar de generar, construir o imaginar, la respuesta a cada inquietud interior se traduce en un acto de compra. La creatividad, esa fuerza vital que nos define como seres humanos, se ve gradualmente suplantada por la ilusión de que la plenitud puede adquirirse en una transacción comercial.


Nos encontramos ante una paradoja histórica sin precedentes: nunca antes los seres humanos habían acumulado tantas posesiones materiales y, simultáneamente, experimentado un vacío existencial tan profundo. Las casas rebosan de objetos, los armarios están repletos, las notificaciones de compras en línea no cesan, pero cada nueva adquisición parece ahondar más el abismo de la insatisfacción. El exceso de posesiones contrasta dramáticamente con la escasez de propósito y significado.


Esta acumulación material, lejos de llenar el vacío, lo hace más evidente. Las personas se encuentran rodeadas de objetos que prometían felicidad pero que terminan convirtiéndose en testigos mudos de su desorientación vital. La ausencia de un proyecto personal significativo no puede compensarse con la siguiente compra, por más exclusiva o costosa que esta sea. El desafío de la clínica actual radica en ayudar a redescubrir la capacidad creativa sepultada bajo montañas de posesiones, y recuperar el sentido de propósito que ningún objeto puede proporcionar.

 
 
 
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    Psicotepec
  • 29 dic 2024
  • 1 Min. de lectura

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La clínica contemporánea nos enfrenta a un nuevo tipo de sufrimiento: el del sujeto atrapado no solo en actividades que le resultan ajenas, sino en una presión constante por transformarse en alguien que no es. La insatisfacción ya no se limita al hacer, sino que penetra hasta el núcleo mismo del ser. En este escenario, el malestar surge de la exigencia implícita de adoptar una personalidad prefabricada, diseñada para encajar en los estándares de "empleabilidad" y "adaptación social" que el mercado demanda.


Este imperativo de transformación personal exige una actuación continua: hay que mostrarse perpetuamente optimista, aunque por dentro nos consuma la desesperanza; debemos aparecer como "fáciles de llevar", aunque nuestro ser anhele la profundidad y la complejidad. La productividad se convierte en un rasgo de personalidad obligatorio, y la eficiencia en una virtud moral. El sujeto se encuentra así en la paradójica situación de tener que construir una falsificación convincente de sí mismo para poder "ser alguien" en el mundo.


El costo psíquico de este desdoblamiento es enorme. El verdadero ser, con sus deseos y anhelos genuinos, queda relegado a un espacio cada vez más reducido, mientras que la energía vital se consume en mantener esta fachada de adaptación perfecta. Los sueños y aspiraciones auténticas son sacrificados en el altar de la empleabilidad, y la singularidad personal se diluye en el molde homogeneizador de lo socialmente aceptable. El sufrimiento ya no proviene solo de lo que hacemos, sino de la violencia que implica tener que ser "otro" para sobrevivir.


 
 
 
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    Psicotepec
  • 29 dic 2024
  • 1 Min. de lectura

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La ética del analista exige una profunda renuncia: el abandono de cualquier deseo de dirigir, moldear o determinar el camino vital del analizante. A diferencia de un mentor que guía o un maestro que instruye, el analista abraza una posición única de acompañamiento que conscientemente resiste la tentación de liderar. Esta postura ética requiere una práctica continua de contención, reconociendo que la verdadera liberación emerge no de la guía, sino del espacio para descubrir el propio camino.


La belleza de esta relación reside en su inherente temporalidad. El analista camina junto al analizante con el claro entendimiento de que su presencia es provisional, que el viaje conjunto naturalmente concluirá cuando ya no sea necesario. Esta consciencia transforma la relación analítica en algo raro en nuestro mundo directivo: un espacio donde uno puede simplemente ser, sin la presión de conformarse a la visión o expectativas de otro.


Quizás el aspecto más liberador de esta posición ética es la negativa deliberada a decirle al otro qué hacer con su vida. En un mundo saturado de consejos, opiniones y prescripciones para vivir, el analista ofrece algo mucho más valioso: la libertad de descubrir la propia verdad, de cometer los propios errores y de encontrar el propio camino. Esta contención se convierte en una poderosa forma de respeto por la autonomía del analizante y su capacidad de autodeterminación.


 
 
 
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