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La velocidad como síntoma.

  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 20 jul
  • 2 Min. de lectura

Los niños adictos a la velocidad han perdido el músculo psíquico de la espera: donde muere el aburrimiento, muere la creatividad.


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La velocidad como síntoma: Por qué los niños no pueden esperar.


Los niños de hoy han perdido la capacidad de aburrirse. Cada segundo de pausa es inmediatamente llenado con estímulos digitales que prometen satisfacción instantánea. El tiempo muerto, ese espacio necesario donde la creatividad solía germinar, ha sido exterminado por algoritmos que detectan el más mínimo declive en la atención para inyectar contenido nuevo. Los pequeños ya no saben qué hacer con sus manos cuando no hay pantalla que tocar, con sus ojos cuando no hay imagen que consumir. La espera se ha vuelto intolerable porque han perdido el músculo psíquico que la sostiene.


La paradoja es devastadora: mientras más rapidez ofrecemos a los niños, más lentos se vuelven para procesar la vida real. La velocidad digital crea una ilusión de eficiencia que oculta una profunda incapacidad para elaborar experiencias. Un niño puede procesar cientos de videos en una hora pero no puede permanecer cinco minutos construyendo una torre de bloques. Ha desarrollado tolerancia a la velocidad pero intolerancia a la duración. Su psiquismo funciona como un procesador sobrecalentado: ultra rápido para tareas simples, completamente bloqueado ante cualquier complejidad real.


El marco psicoanalítico nos enseña que la elaboración psíquica requiere tiempo muerto, espacios de latencia donde los contenidos pueden sedimentar y transformarse en experiencia vivida. El niño necesita momentos de vacío para que emerja el deseo propio, intervalos de silencio para escuchar su voz interna. La velocidad digital cortocircuita este proceso esencial: ofrece estímulos antes de que el aparato psíquico pueda procesar los anteriores, creando una acumulación tóxica de sensaciones no elaboradas que se manifiestan como ansiedad, agitación e imposibilidad de concentración.


Los dispositivos contemporáneos han sido diseñados específicamente para crear adicción a la velocidad. Cada notificación está calibrada para interrumpir justo cuando el cerebro comenzaba a relajarse, cada transición de contenido programada para mantener el sistema nervioso en estado de alerta constante. Los niños desarrollan lo que podríamos llamar "síndrome de velocidad compulsiva": necesitan estímulos cada vez más rápidos e intensos para sentir que algo está ocurriendo. El tiempo natural de los procesos humanos —respirar, caminar, pensar— les resulta insoportablemente lento.


La clínica actual revela niños que sufren de una nueva forma de temporal: viven en un presente perpetuo sin pasado que los sostenga ni futuro que los convoque. Su incapacidad para esperar no es capricho sino síntoma de un aparato psíquico colonizado por la temporalidad digital. Cuando logran recuperar la capacidad de aburrirse, de permanecer en el vacío sin llenarlo inmediatamente, recuperan también la posibilidad de que emerja algo genuinamente propio, algo que ninguna máquina podría haber predicho o programado.


Referencias


Levin, E. (2008). La imagen corporal sin cuerpo: angustia, motricidad e infancia. Revista Intercontinental de Psicología y Educación, 10(1), 91-112. Universidad Intercontinental.

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