La palabra como luz
- Admin
- 15 ene
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El poder simbólico de la palabra trasciende su función comunicativa: es presencia que ilumina, que transforma lo ominoso en habitable. No es el contenido del decir lo que sostiene, sino el acto mismo de la enunciación como testimonio de presencia. La voz del Otro opera como un faro en la oscuridad, no por lo que dice, sino por el hecho mismo de su emergencia en el vacío.
El lenguaje revela aquí su función más fundamental: la de crear puentes entre soledades, la de convertir el espacio amenazante de la ausencia en territorio habitable. La palabra funciona como organizador de la experiencia, como constructor de realidad psíquica. No transmite simplemente información: establece las coordenadas mismas de lo posible, de lo pensable, de lo vivible.
En este fenómeno se condensa la verdad más profunda sobre la función del lenguaje en la constitución subjetiva: su capacidad de transformar la realidad por el mero acto de nombrarla, de hacer presente lo ausente, de convertir el caos en cosmos. La palabra no solo describe el mundo: lo crea, lo organiza, lo hace habitable. Es luz que no solo ilumina, sino que constituye lo iluminado.
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En el principio ya existía el Verbo (Juan 1:1)
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