La danza de la presencia y la ausencia
- Admin
- 4 ene
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El proceso de humanización se desarrolla en un delicado equilibrio entre el encuentro y la separación, como una danza donde cada paso atrás es tan significativo como cada acercamiento. El contacto humano nos nutre y sostiene, pero es la ausencia temporaria la que nos permite interiorizar al otro, convertirlo en una presencia psíquica que trasciende lo físico. Esta alternancia entre presencia y ausencia es el ritmo fundamental que permite que el vínculo madure y se profundice.
La ausencia, cuando está enmarcada entre momentos de encuentro, se convierte en un espacio fértil donde la representación del otro puede arraigarse en nuestro mundo interno. Es en estos intervalos donde aprendemos a llevar al ser amado dentro de nosotros, donde su imagen se inscribe en nuestra mente con una permanencia que supera la fugacidad del contacto físico. Este proceso de interiorización transforma la relación, elevándola más allá de la dependencia de la presencia inmediata.
Esta dinámica nos enseña una verdad fundamental: la distancia no equivale al abandono. Mientras el abandono implica una ruptura del vínculo, la distancia sostenida por momentos de reencuentro fortalece nuestra capacidad de amar y relacionarnos. Es precisamente esta alternancia la que nos permite desarrollar una forma más madura de amor, donde la seguridad del vínculo no depende de la presencia constante, sino de la capacidad de mantener viva la conexión incluso en la separación.
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