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La crueldad virtuosa

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 26 feb
  • 1 Min. de lectura


El sujeto contemporáneo demuestra una capacidad singular: convertir la crueldad en virtud mediante un acto de prestidigitación moral. La convicción absoluta funciona como anestésico de la conciencia: permite herir sin sentir culpa, atacar sin reconocer agresión, destruir mientras se cree construir. Observamos diariamente cómo la certeza moral no es garantía de bondad sino frecuentemente su opuesto: terreno fértil donde florece la crueldad más refinada.


Existe una paradoja fundamental en esta dinámica: cuanto más elevado el ideal que defiende el sujeto, más despiadados pueden ser sus métodos. El fundamentalista moral necesita enemigos como el adicto necesita su dosis: sin ellos se enfrenta al vacío de su propia identidad. La rectitud extrema no refleja salud psíquica: evidencia un mecanismo compensatorio ante la incapacidad de tolerar la ambivalencia constitutiva de lo humano.


La experiencia analítica revela el secreto mejor guardado: tras cada cruzador moralista yace un niño aterrado de sus propios impulsos. El odio proyectado hacia afuera es siempre proporcional a la incapacidad de integrar la propia sombra. El perseguidor de monstruos raramente advierte que su fervor persecutorio es ya el síntoma: la confirmación de que aquello que busca aniquilar afuera vive, implacable y negado, dentro de sí mismo.


 
 
 

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