Espejismos del encuentro
- Admin
- 23 abr
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Compramos pasaportes a mundos ajenos pero viajamos en burbujas sanitizadas; queremos exotismo sin contagio, diferencia sin transformación, encuentro sin consecuencias.
Consumimos culturas ajenas como caníbales ilustrados: devoramos diferencias mientras nos negamos a ser digeridos por ellas. La aproximación genuina exige despojarse primero—quitarse no solo los zapatos sino la piel acostumbrada—para sentir realmente un territorio que desconocemos. El encuentro verdadero comienza precisamente donde termina nuestra invulnerabilidad.
La estructura occidental opera mediante esta paradoja constitutiva: anhelamos fervientemente lo diferente mientras fortificamos las defensas contra su poder transformador. Como niños fascinados que quieren tocar el fuego sin quemarse, pretendemos conocer sin ser conocidos, penetrar sin ser penetrados. Esta asimetría—observar sin ser observados—reproduce silenciosamente el dispositivo colonial bajo apariencias cosmopolitas.
El sujeto contemporáneo colecciona experiencias culturales como quien acumula souvenirs: objetos que decoran estanterías sin modificar la arquitectura de la casa. Queremos agua del pozo ajeno pero tememos ahogarnos en ella; buscamos probar sin que el sabor altere nuestro paladar. La verdadera inserción cultural exige disponibilidad radical: estar dispuestos a no regresar siendo los mismos.
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