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El lenguaje como casa ajena

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 26 feb
  • 1 Min. de lectura


Habitamos palabras que nunca construimos: el sujeto llega a un mundo donde los significantes ya han trazado los senderos por donde transitará su deseo. Como herederos de una arquitectura simbólica milenaria, ingresamos al espacio social a través de fonemas que nos esperaban desde antes de nuestro primer llanto. No elegimos la gramática que moldeará nuestra mente; somos elegidos por ella, inquilinos perpetuos en una casa edificada por ancestros anónimos.


La experiencia analítica revela cómo, paradójicamente, mientras más nos adueñamos de las palabras, más evidencian éstas su carácter ajeno. Como el actor que memoriza un guion hasta olvidar que repite frases escritas por otro, nos convencemos de hablar con voz propia cuando simplemente modulamos un eco. El lenguaje nos hace creer que somos sus dueños precisamente cuando más eficazmente nos atraviesa y determina.


El sujeto contemporáneo debe confrontar esta colonización lingüística primordial. Reconocer la exterioridad constitutiva del habla no para rendirse ante ella, sino para establecer una relación menos ingenua con ese Otro simbólico que nos habita. La libertad posible no consiste en escapar del lenguaje, sino en habitar creativamente sus límites, transformando la casa prestada en un espacio donde nuestro deseo encuentre su singular entonación.


 
 
 

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