El horizonte inalcanzable: El objeto del deseo (5/5)
- Admin
- 23 abr
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Deseamos la ausencia, no la presencia. El vacío no es lo que nos falta sino lo que nos constituye: sol negro en torno al cual orbitamos.
Buscamos lo que nunca encontraremos. Como sedientos en el desierto persiguiendo espejismos, cada objeto que alcanzamos revela inmediatamente su insuficiencia fundamental. El amante que finalmente obtiene el "sí" de la persona deseada, el coleccionista que adquiere la pieza faltante, el adicto que consigue su dosis – todos experimentan ese momento desconcertante en que la posesión desmiente la promesa. El objeto conquistado se desinfla, se banaliza, pierde su brillo. Y no por defecto suyo, sino porque ningún objeto material puede ocupar el lugar de lo que verdaderamente buscamos: ese vacío constitutivo que nos hace humanos, ese agujero alrededor del cual orbita nuestro deseo como planeta alrededor de un sol negro.
La paradoja esencial del deseo radica precisamente en su objeto imposible. Creemos perseguir objetos concretos – cuerpos, posesiones, reconocimientos – cuando en realidad lo que sostiene al deseo es precisamente la imposibilidad estructural de su satisfacción plena. Como quien persigue su propia sombra, cuanto más aceleramos hacia el objeto deseado, más se aleja la satisfacción prometida. Si por accidente obtuviéramos todo lo que creemos desear, no encontraríamos la plenitud sino el abismo de la angustia. Lo que mantiene vivo al sujeto deseante no es la promesa de satisfacción sino el movimiento mismo del deseo: ese vacío productivo que genera el desplazamiento perpetuo de un objeto a otro, esa falta que ninguna presencia puede colmar.
El marco teórico lacaniano formaliza esta intuición clínica mediante el concepto de objeto a. No se trata de un objeto empírico sino de un objeto causa del deseo, algo que no está frente al sujeto como meta sino detrás de él como motor. Como el viento que impulsa un velero pero nunca puede ser capturado por las velas, el objeto a propulsa la dinámica deseante sin ofrecerse jamás a la posesión. Residuo imposible de simbolizar, resto que cae de la operación de constitución subjetiva, el objeto a funciona como representante de esa pérdida originaria que la entrada en el lenguaje impone a todo ser hablante. No es algo que perdimos y podríamos recuperar, sino la forma misma de una pérdida constitutiva.
Este objeto eternamente faltante organiza toda la economía libidinal del sujeto. Los objetos concretos que perseguimos en la realidad – la mirada cautivadora, la voz seductora, el cuerpo deseable, el saber prestigioso – son apenas sustitutos metonímicos que intentan ocupar, siempre insuficientemente, el lugar de esa ausencia estructural. Como piezas incorrectas que intentamos forzar en un rompecabezas, cada objeto empírico revela su inadecuación fundamental para satisfacer un deseo que no apunta a ningún objeto sino a la falta misma. Los objetos del mundo funcionan como semblantes: máscaras que simultáneamente ocultan y señalan el vacío central que los convoca, velos que por su misma presencia indican lo que intentan cubrir.
La experiencia analítica confirma cotidianamente esta estructura. El analizante que inicialmente busca resolver síntomas concretos descubre gradualmente que su sufrimiento proviene menos de conflictos específicos que de su relación fundamental con la falta. Sus objetos de deseo aparentemente diversos revelan, bajo la escucha analítica, una misma lógica: la repetición incesante de un encuentro imposible con lo que ningún objeto podrá encarnar. El trabajo clínico consiste precisamente en atravesar la fantasía de completud, permitiendo que el sujeto reconozca el carácter estructuralmente insatisfactible de su deseo para hacer de esa falta no ya un déficit paralizante sino un vacío generador, no una carencia que esclaviza sino una ausencia que posibilita la creación permanente de nuevos sentidos.
References
Dor, J. (1985). Introducción a la lectura de Lacan: El inconsciente estructurado como un lenguaje. Gedisa.
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