El algoritmo del deseo
- Admin
- 23 abr
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El nuevo amo no usa corona, usa algoritmos. No necesita látigo, tiene publicidad. La esclavitud moderna viene con wifi incluido.
Deslizamos el dedo por pantallas luminosas mientras algoritmos invisibles registran cada pausa, cada clic, cada deseo fugaz. El nuevo amo no usa corona ni trono; viste códigos binarios y habita servidores climatizados. No necesita látigo porque ha perfeccionado el arte sublime de la seducción: nos convence de que cada compra es una elección libre, cada deuda una oportunidad, cada notificación un llamado irresistible. Nos despertamos consultando sus mandatos y nos dormimos planificando cómo servirle mejor mañana, convencidos de nuestra absoluta autonomía.
La paradoja del capitalismo contemporáneo reside precisamente en que mientras más libres nos creemos, más atados permanecemos a sus lógicas invisibles. Trabajamos exhaustivamente para costear lo que no necesitamos, sacrificamos tiempo de vida para adquirir dispositivos que prometen ahorrarlo, y financiamos con data personal servicios que alimentan la maquinaria que nos esclaviza. Lo verdaderamente perverso no es que nos explote abiertamente, sino que nos hace cómplices entusiastas de nuestra propia explotación. El látigo ha sido reemplazado por la publicidad personalizada; la cadena metálica por el wifi de alta velocidad.
Lacan (1992) anticipó esta transformación cuando señaló que "el discurso del amo moderno es el capitalista". A diferencia del discurso del amo tradicional, donde el mandato era explícito y la sumisión consciente, el discurso capitalista opera mediante una subversión radical del deseo. Ya no produce principalmente mercancías sino subjetividades: sujetos perpetuamente insatisfechos, convencidos de que el próximo objeto-gadget colmará finalmente su falta estructural. El plus-de-goce, lejos de ser una transgresión al sistema, se convierte en su combustible esencial. Lo que antes era excepcional —el exceso, el derroche, la transgresión— ahora constituye el imperativo categórico: ¡Goza!
Este mandato superyoico del goce infinito se materializa en ciclos cada vez más veloces de consumo-descarte-consumo. Mientras el capitalismo industrial producía objetos relativamente duraderos, el capitalismo algorítmico genera obsolescencias programadas no solo en los dispositivos sino también en las identidades. El sujeto contemporáneo debe reinventarse constantemente, actualizarse como una aplicación digital, seguir las tendencias que el mismo sistema produce y abandona vertiginosamente. La angustia ya no proviene de la prohibición (como en la época victoriana) sino de la imposibilidad de estar a la altura del imperativo de goce continuo e innovador.
La clínica actual encuentra su mayor desafío en pacientes que no sufren por deseos reprimidos sino por la incapacidad de experimentar deseo genuino. Aparecen agotados no por prohibiciones sino por mandatos de satisfacción imposibles de cumplir. El analista contemporáneo se enfrenta a la paradójica tarea de restaurar cierta capacidad de frustración, cierto límite que permita el surgimiento del deseo auténtico frente a la avalancha de ofertas prefabricadas. Su labor no consiste ya en liberar al sujeto de sus inhibiciones, sino en ayudarle a encontrar su propia medida en un mundo sin medida.
Referencias
Lacan, J. (1992). El seminario, libro 17: El reverso del psicoanálisis (1969-1970). Paidós.
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