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Cuando los genes no explican los síntomas.

  • Foto del escritor: Psicotepec
    Psicotepec
  • 20 jul
  • 3 Min. de lectura

Los genes explican el color de ojos, no el color del síntoma. La familia se transmite por palabras, no por sangre.


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La familia más allá de la biología: Cuando los genes no explican los síntomas.


La familia contemporánea se construye sobre una mentira piadosa: que los lazos de sangre determinan los vínculos psíquicos. Esta creencia, reforzada por el auge de la genética y las pruebas de ADN, convierte a padres y madres en investigadores forenses de la herencia, buscando en cromosomas lo que solo puede encontrarse en la palabra. Como señala Peusner (2006), "la familia humana es una institución" que no tiene "nada que hacer con los intentos filosóficos que proponen reducir la familia humana a un hecho biológico" (p. 91). Sin embargo, consultorio tras consultorio, las familias llegan convencidas de que el problema del niño radica en "los genes del padre" o en "la herencia materna".


La paradoja es demoledora: mientras más se perfeccionan las técnicas de identificación genética, más se evidencia que los síntomas neuróticos no siguen patrones hereditarios. Un niño puede desarrollar fobias que no aparecen en ningún ancestro conocido, o manifestar inhibiciones que contradicen la "personalidad familiar". Los test de paternidad confirman la filiación biológica pero nada revelan sobre por qué ese niño específico desarrolla ese síntoma particular en ese momento preciso. La ciencia que prometía descifrar los misterios de la transmisión familiar termina por revelar su impotencia ante lo singular del sufrimiento humano.


Durkheim (1892) ya había advertido que "la familia conyugal resulta de una contracción de la familia paternal" (p. 35), proceso que redujo la red de parentesco a la unidad mínima: padre, madre e hijos biológicos. Esta contracción coincide históricamente con el desarrollo de la biología moderna, creando la ilusión de que lo más pequeño es lo más verdadero. Pero Lacan (1938) sostiene que "la familia instaura una continuidad psíquica entre las generaciones cuya causalidad es de orden mental" (p. 25). La transmisión que realmente importa en la constitución subjetiva no viaja por la sangre sino por la palabra, no se hereda sino que se inscribe en la estructura significante que precede al nacimiento del niño.


El concepto de "constelación familiar" que desarrolla Lacan (1953) permite pensar esta transmisión más allá de los límites biológicos. Como afirma en "El mito individual del neurótico", se trata de "las relaciones familiares fundamentales que han presidido el encuentro de sus parientes, aquello que los llevó a unirse" (p. 42). Esta constelación incluye no solo a los progenitores biológicos sino a todas las figuras que participaron en el drama familiar: el amigo que prestó dinero al padre, la mujer abandonada por la madre, las deudas no saldadas, las promesas incumplidas. El niño nace en medio de esta trama significante y responde a ella con su síntoma, traduciendo en su cuerpo los conflictos no resueltos de generaciones anteriores.


La experiencia analítica con niños revela constantemente esta verdad incómoda: los síntomas más perturbadores emergen precisamente allí donde la explicación biológica fracasa. El niño que desarrolla un ritual obsesivo reproduce la estructura de una deuda familiar que nadie le transmitió conscientemente, pero que habita en los silencios y las medias palabras de los adultos. Su cuerpo se convierte en el teatro donde se representa un drama anterior a su existencia, confirmando que la filiación verdadera es simbólica antes que genética.


Referencias


Peusner, P. (2006). Fundamentos de la clínica psicoanalítica lacaniana con niños. JVE Editor.

Peusner, P. (2009). El sufrimiento de los niños (2ª ed.). JVE Editor.


Psicoterapia
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