La inevitable inscripción política
- Admin
- 23 abr
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No elegimos si hacer política. Solo elegimos qué política hacemos. Como esos peces que no eligen si nadar, solo en qué dirección. El silencio también es una posición política.
No hay existencia humana fuera del campo político. Cada gesto, cada palabra, cada silencio participa inevitablemente de las coordenadas que organizan lo colectivo. Quienes proclaman su "apoliticismo" ejecutan, sin saberlo, el movimiento político más eficaz: aquel que se desconoce como tal mientras reproduce las condiciones de dominación vigentes. La neutralidad es imposible para seres constituidos por el lenguaje, atravesados por discursos que nos preceden y nos exceden. Nuestra inscripción social es anterior a cualquier ilusión de autonomía.
Lo paradójico es que cuanto más férrea es nuestra convicción de estar fuera de la política, más profundamente hacemos la política de otros. Como esos peces que no eligen si nadar, solo en qué dirección moverse en el océano que los contiene, nosotros no elegimos si hacer política, solo qué política hacemos en cada acto. El mutismo frente a la injusticia, la indiferencia ante el malestar colectivo, la reclusión en la esfera privada, son formas particularmente eficaces de sostener las asimetrías existentes. El silencio nunca es neutral; siempre beneficia a alguien.
La teoría psicoanalítica nos enseña que la subjetividad se constituye en el campo del Otro, en la red simbólica que nos antecede y nos determina. Lacan lo expresó con precisión: "El sujeto como ser socio-lingüístico necesariamente participa en (al menos un) discurso". No hay existencia humana fuera del discurso, fuera de las estructuras de poder y saber que organizan nuestros intercambios. Los significantes que nos habitan, incluso aquellos que rechazamos conscientemente, configuran el terreno de nuestra experiencia y delimitan el horizonte de lo pensable. La fantasía del individuo autónomo es precisamente eso: una fantasía.
El neoliberalismo contemporáneo ha perfeccionado esta ilusión de autonomía, promoviendo una subjetividad que desconoce sus determinaciones sociales mientras repite, obedientemente, los mandatos del mercado. El sujeto cree elegir libremente mientras sus deseos son moldeados por las lógicas del capital. La privatización del malestar, la psicologización de problemas estructurales, la responsabilización individual por fracasos sistémicos, son estrategias que despolitizan la existencia mientras la someten más eficazmente a la política dominante. El psicoanálisis revela estas operaciones ideológicas en su materialidad inconsciente.
La experiencia clínica nos confronta diariamente con esta verdad incómoda. Cada vez que un analizante descubre, sorprendido, cómo sus síntomas más íntimos reproducen lógicas sociales que conscientemente rechaza, verificamos esta imposibilidad de escapar a lo político. Cuando el trabajo analítico permite reconocer las determinaciones colectivas que habitan nuestro deseo, algo de la responsabilidad subjetiva puede emerger. No para reforzar la culpabilización individual, sino para habilitar una posición ética: la de quien asume que su silencio también es político, que su abstención tiene efectos, que su posición —incluso la más privada— se inscribe inevitablemente en lo común.
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