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La huella mnésica: El surgimiento del deseo (2/2)

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 23 abr
  • 3 Min. de lectura


Deseamos fantasmas, no objetos. La primera adicción humana es a una memoria, no a una sustancia; buscamos eternamente repetir un éxtasis primordial.


La memoria precede al deseo como la semilla a la flor. Tras el primer encuentro con la satisfacción, algo irreversible ocurre en el aparato psíquico: queda tatuada una huella mnésica, impresión espectral que vincula indeleblemente la experiencia de plenitud con la imagen del objeto que la proporcionó. Como una fotografía revelada en la oscuridad de lo inconsciente, esta estampa sensorial —mezcla de sabores, texturas, olores, sonidos— se convierte en el primer mapa del tesoro que orientará todas las búsquedas futuras. Este archivo primordial no es un recuerdo accesible sino una marca estructurante que reorganiza para siempre la relación entre necesidad y satisfacción.


La paradoja fundamental del deseo radica en su origen: nace de una presencia pero se perpetúa como ausencia. El objeto que satisfizo plenamente desaparece, pero la impronta de su paso permanece como cicatriz luminosa. Cuando reaparece la tensión orgánica, el aparato psíquico reactiva automáticamente esta huella antes de que cualquier objeto real pueda presentarse. Como el hambriento que sueña con banquetes, el niño convoca fantasmáticamente el objeto ausente. Este primer acto mágico del psiquismo —la alucinación satisfactoria— revela la esencia misma del deseo: no busca lo nuevo sino lo reconocido, no persigue cualquier objeto sino aquel que promete repetir la experiencia inaugural de completud.


El marco teórico psicoanalítico distingue cuidadosamente entre alucinación primitiva y representación anticipatoria. Inicialmente, el infante confunde la imagen mnésica reactivada con la percepción actual, creyendo que evocar equivale a poseer. Como quien toma el mapa por el territorio, el niño no diferencia entre la memoria de satisfacción y la satisfacción misma. Esta confusión primordial constituye el primer error metafísico: creer que el pensamiento puede crear su objeto. Sin embargo, la repetición de experiencias frustrantes —donde la alucinación no calma el hambre real— introduce gradualmente la discriminación entre lo imaginado y lo percibido, entre lo deseado y lo obtenido, entre la representación interna y el objeto externo.


Este aprendizaje discriminativo no elimina la función de la huella mnésica sino que la transforma. La imagen recordada deja de funcionar como sustituto alucinatorio para convertirse en modelo orientador, brújula que guía la búsqueda del objeto en el mundo real. Como el cazador que reconoce las huellas de su presa, el niño utiliza la representación interna para identificar en la realidad aquello que podría satisfacerlo. El deseo emerge así como la fuerza dinámica que vectoriza la necesidad según las coordenadas de experiencias previas, permitiendo que lo orgánico se inscriba en lo psíquico. Esta energía psíquica que catectiza la huella mnésica posibilita el tránsito desde la necesidad inmediata hacia la búsqueda mediada por representaciones.


La experiencia clínica confirma cotidianamente esta génesis del deseo. El analizante adulto, en su discurso aparentemente caótico, revela la persistencia de estas huellas primordiales que continúan organizando su búsqueda de satisfacción. Las compulsiones repetitivas, las elecciones amorosas recurrentes, las fantasías obstinadas, todas testimonian la insistencia de ese mapa primitivo que, trazado en los primeros encuentros con el objeto, permanece como arquitectura invisible del deseo. El trabajo analítico consiste precisamente en reconstruir esos planos olvidados, permitiendo que el sujeto reconozca cómo su deseo actual sigue las líneas de una geografía ancestral dibujada en los albores de su existencia psíquica.


References


Dor, J. (1985). Introducción a la lectura de Lacan: El inconsciente estructurado como un lenguaje. Gedisa.



 
 
 

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