La escisión primordial: cuando la palabra corta el cordón de lo Real
- Admin
- 23 abr
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La función paterna no es crueldad sino salvación: sin esa amputación simbólica que nos separa del cuerpo materno, quedaríamos tragados en lo Real sin respiración posible.
El padre aparece en la teoría lacaniana no como una figura biológica sino como una función mediadora esencial que se inscribe en la vida psíquica incluso antes de toda comprensión consciente. Es quien toma el cuchillo del lenguaje y corta el cordón que une al infante con la madre, separando así al niño de ese cuerpo-mundo primordial que era todo y nada simultáneamente. Este corte no es una crueldad caprichosa sino una necesidad estructural: sin él, quedaríamos atrapados en el limbo de lo preverbal, ese pantano magmático donde las cosas existen sin contornos ni definiciones. Imagina una habitación sin paredes, un río sin orillas, un grito sin eco: así sería la experiencia humana sin ese corte paterno que introduce bordes y distancias. La madre es continuidad; el padre, discontinuidad. Y en esa discontinuidad germina precisamente lo humano.
Pero aquí reside la paradoja fundamental que estructura toda nuestra relación con el lenguaje: el corte paterno nos aleja del mundo real justo cuando parece acercarnos a él. Al nombrar las cosas, las perdemos irremediablemente. Cuando el niño aprende a decir "agua", ya no bebe el líquido primordial que era uno con su experiencia; bebe ahora un concepto, una etiqueta, una abstracción que se separa de la experiencia inmediata. La palabra "pan" no alimenta, pero simultáneamente crea el hambre específicamente humana que ningún alimento podrá saciar completamente. El significante establece distancia justo donde pretende establecer contacto, crea un abismo allí donde promete un puente. Como la fotografía que fija y mata lo que intenta preservar, la entrada al lenguaje es simultáneamente nuestra primera muerte simbólica, esa pérdida irrecuperable que constituye el precio de acceso a la cultura.
En términos lacanianos, esta transición de la madre al padre representa el pasaje de lo Real a lo Simbólico, ese atravesamiento fundacional que nunca termina de completarse. Lo Real es ese reino previo a la palabra, donde la experiencia y la cosa son indistinguibles, donde no hay símbolos que se interpongan entre nosotros y el mundo. Es ese estado mítico donde el bebé y el pecho materno forman una continuidad sin fisuras, donde la necesidad y la satisfacción no están mediadas por ningún sistema de representación. Lacan nos recuerda que lo Real "vuelve siempre al mismo lugar", precisamente porque es aquello que resiste absolutamente a la simbolización. Es lo que queda fuera cuando el lenguaje recorta la realidad, ese resto indigerible que la palabra no puede asimilar. La función paterna introduce la cuña del significante en esta unidad primordial, creando la distancia necesaria para el surgimiento del sujeto. El padre es así el primer extranjero que se instala en el núcleo de la experiencia humana, ese intruso necesario que rompe la ilusión de completud y nos lanza a la búsqueda interminable de lo perdido.
El significante paterno, ese "No" primordial que separa al niño de su objeto de satisfacción inmediata, inaugura la capacidad simbólica y la dimensión propiamente humana del deseo. Crea un espacio vacío entre la necesidad y su satisfacción, un intervalo donde podrá desplegarse el deseo como algo distinto de la necesidad orgánica. Este primer símbolo que sustituye a la cosa es, en cierto sentido, todos los símbolos: instaura el principio de que una cosa puede estar en lugar de otra, fundamento de toda vida simbólica. La metáfora paterna es precisamente eso: una sustitución fundante que posibilita todas las sustituciones posteriores. Sin ese "No" paterno, sin esa primera sustitución metafórica, el niño permanecería en la inmediatez animal, incapaz de entrar en el mundo propiamente humano del sentido. Como dice Lacan, no hay sujeto sin significante, pero tampoco hay significante sin esa función de corte que llamamos paterna. El padre es así la primera palabra que, paradójicamente, crea el espacio donde todas las palabras serán posibles. Es el operador simbólico que transforma un organismo en sujeto, un cuerpo en deseo.
La clínica contemporánea nos muestra constantemente las consecuencias de esta función simbólica cuando falla o se debilita. Vemos pacientes atrapados en la inmediatez de sus impulsos, incapaces de postergar la satisfacción o simbolizar sus experiencias; sujetos para quienes las palabras son apenas ruidos que no logran transformar su relación con lo real. El vínculo virtual ha sustituido al vínculo simbólico, dejando a muchos en un espacio intermedio donde ni la palabra tiene peso ni el cuerpo encuentra límites. La capacidad metafórica se atrofia cuando el imperativo de goce inmediato sustituye al deseo que se construye en la espera. El analista opera aquí como ese padre simbólico tardío que ofrece nuevamente la posibilidad del corte y la distancia: no para alejar al sujeto del mundo, sino precisamente para permitirle habitarlo desde una posición subjetiva propia. Solo en ese espacio vacío que abre la palabra puede constituirse un sujeto de deseo, capaz de reconocer que lo que busca no coincidirá nunca exactamente con lo que encuentre. La experiencia analítica consiste precisamente en reintroducir esa dimensión de la falta donde el sujeto contemporáneo busca desesperadamente la completud, recordándole que es en ese hueco estructural donde reside paradójicamente su única posibilidad de plenitud.
Referencias
Dor, J. (1985). Introducción a la lectura de Lacan: El inconsciente estructurado como un lenguaje. Gedisa.
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