Archipiélagos psíquicos
- Admin
- 25 feb
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La ilusión del yo como estructura hermética genera la primera violencia: aquella que niega nuestra porosidad constitutiva. Defendemos con fervor nuestras fronteras psíquicas mientras la realidad muestra que somos seres de intercambio constante. Esta defensa desesperada ante lo ajeno es, paradójicamente, lo que nos fragmenta internamente. La rigidez que pretende protegernos termina siendo nuestra principal herida.
El trabajo clínico revela cómo esta fantasía de aislamiento produce mayor sufrimiento que aquello de lo que pretende resguardarnos. El sujeto construye murallas y luego se asfixia dentro de ellas: he aquí la contradicción fundamental. La violencia emerge precisamente cuando negamos nuestra vulnerabilidad constitutiva y nuestra dependencia del reconocimiento del otro.
Somos archipiélagos psíquicos, no islas. Nuestras orillas están hechas para el encuentro, no para la defensa. El verdadero peligro nunca fue la influencia externa sino la negación de nuestra naturaleza relacional. La identidad es siempre construcción compartida.
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